San Juan de Sahagún

San Juan de Sahagún

Celebramos su festividad el día 12 de junio.

Juan nació probablemente en el año 1430 o 1431 en Sahagún (León), fue un hijo muy ansiado por sus padres, dos próceres leoneses, don Juan González del Castrillo y doña Sancha Martínez, pues no conseguían ver su mutuo amor reflejado en sus descendientes. Después de una novena de preces, ayunos y limosnas Santa María de la Puente les hizo el regalo deseado, nació estando ausente del hogar su padre en la guerra de Juan II contra los moros. El niño fue educado por los monjes benedictinos del pueblo nativo, Sahagún. Como se le vio inclinado a los estudios eclesiásticos, nadie contrarió su vocación. Muy joven recibió la tonsura y estudió artes y teología, favoreciéndose de las rentas de un beneficio que cobraba su padre, aunque pronto, por delicadeza de conciencia, renunció a él. Por sus buenas prendas puso los ojos en él el obispo de Burgos, Alonso de Cartagena, que le tomó para su familiar y camarero. Él mismo le ordenó de sacerdote y le nombró secretario y canónigo de la catedral. Pero estos cargos honoríficos no le agradaban y pidió entonces ser nombrado para la pobre parroquia de Santa Gadea, o Santa Águeda en el arrabal.

Después de varios años de sacerdocio, sintió el deseo de especializarse en teología y se matriculó como un estudiante ordinario en la Universidad de Salamanca.

Al año siguiente de llegar allí fue invitado a predicar en la fiesta de San Sebastián, patrono del famoso colegio de San Bartolomé, agradó tanto su panegírico que le hicieron ingresar en él como capellán interno y fue muy popular entre la gente de la ciudad. Todavía una estatua del frontispicio recuerda al antiguo y glorioso capellán. En aquel colegio, fundado a principios del siglo XV para estudiantes pobres y virtuosos por don Diego de Anaya, obispo de Salamanca, quince colegiales y dos capellanes, vestidos de manto y beca, con certificado de limpieza de sangre, vivían sometidos a una rígida disciplina. Allí estuvo cuatro años hasta completar todos sus estudios teológicos. Probablemente tenía entonces unos veintisiete años de edad. En el Memorial antiguo del colegio, contra costumbre, se estampa este elogio en su favor:

«Este es aquel verdadero israelita en quien no se halló engaño, y que por su bondad y honestidad de vida y por la entereza de sus costumbres fue nombrado capellán de adentro.»

El ciprés luminoso

Un día de duro trabajo y recogida la comunidad para el descanso de la noche, se acordó que le faltaba por rezar una parte del oficio divino, sobresaltado, tomó el breviario y se dispuso a salir de la habitación en busca de luz cuando comenzó a entrar en su habitación un chorro luminoso de claridad, a través del ramaje del ciprés del claustro, lleno de alegría pudo cantar en la celda las divinas alabanzas. Aquel ciprés, perpetuado en relieves y pinturas, fue respetado, tomándose de él astillas para hacer imágenes del Santo.

Se alojó después en casa de un virtuoso sacerdote llamado Pedro Sánchez, dedicándose de lleno a la predicación. Iba con sencillo traje de clérigo, de color pardo durante la semana y de azul celeste en los días de fiesta. Fue entonces el predicador oficial de Salamanca, y vivió sostenido por la caridad pública.

Ingreso en los agustinos

Y sucedió que le sobrevino una gravísima enfermedad con serio peligro de muerte y no había más remedio que hacerle una difícil intervención quirúrgica. Fue entonces cuando prometió a Dios que si le devolvía la salud mejoraría totalmente sus comportamientos y entraría de religioso. Dios le concedió la salud y Juan entró en el convento de San Agustín, y allí, el 18 de junio de 1463, vistió el hábito fray Juan de Sahagún. Con sus treinta y tres años de edad, se puso bajo la dirección del padre Juan de Arenas, maestro de novicios, celebrado por su virtud, espiritualidad y penitencia. El nuevo novicio abrazó con alegría y humildad los oficios en que se ejercitaban los aspirantes a la perfección religiosa. Al antiguo canónigo de Burgos y predicador de Salamanca le tocó hacer de refitolero, cuidando de la limpieza de las escudillas y de los vasos. Servía el vino a la comunidad y un día hizo el milagro de que con un poco de vino sirvió a muchos comensales y le sobró vino; todavía se conserva la vasija utilizada. No le ganaba ninguno de los otros religiosos en cumplimiento de sus deberes, en penitencias, en obediencia y en humildad.

Altar de la iglesia de San Juan de Sahagún

El día 28 de agosto, fiesta de San Agustín, de 1464 rubricó el acta de su profesión en la Orden Agustina. Siempre fray Juan se mostró como un religioso observante, modelo de virtudes, afable con todos, devotísimo del Santísimo Sacramento y amigo del coro y de la oración. «Estaba en el coro como un ángel», dice un biógrafo suyo. Fue hombre de mucha paz y de equilibrio interior. Amaba el estudio, sobre todo el de la Sagrada Escritura, algunos de cuyos pasajes apuntó y comentó de su puño y letra. El convento de los padres Agustinos en Salamanca tenía fama de gran santidad, pero desde que Juan de Sahagún llegó allí, esa buena fama creció enormemente. Era un predicador muy elocuente y sus sermones empezaron a transformar a las gentes. En la ciudad había dos partidos que se atacaban sin misericordia y el santo trabajó incansablemente hasta que logró que los cabecillas de los partidos se amistaran y firmaran un pacto de paz. A veces gastaba todo el día visitando enfermos, tratando de poner paz en familias desunidas, ayudando a los pobres y hasta se olvidaba de ir a comer.

Algunos lo criticaban porque en la confesión era muy rígido con los que no querían enmendarse y se confesaban sólo para comulgar, sin propósito de arrepentimiento. Pero su rigidez hizo cambiar a muchos.

Otro defecto que le criticaban sus superiores era que tardaba mucho tiempo en celebrar la Santa Misa. El motivo era que nuestro santo veía a Jesucristo en la Sagrada Eucaristía y al verlo se quedaba como en éxtasis, impidiéndole proseguir la celebración. Pero las gentes gustaban de asistir a sus misas porque les parecían más fervorosas que las de otros sacerdotes.

San Juan de Sahagún predicaba duramente contra los ricos que explotaban a los pobres. Un rico, quiso vengarse por estas predicaciones, pagó a dos delincuentes para buscarlo y darle una paliza. Pero cuando llegaron junto a él sintieron tal terror que no fueron capaces de mover las manos. También le prohibieron ir a predicar a la villa de Ledesma por haberlo hecho en contra de los señores que abusaban de sus campesinos.

Sus preferidos eran los huérfanos, los enfermos, los más pobres y los ancianos. Para ellos recogía limosnas y buscaba albergues o asilos. A las muchachas huérfanas o desprotegidas les conseguía familias dignas que las cuidaran.

En el periodo de 1465-1466 y en 1476 hubo brotes de peste negra, terriblemente contagiosa, que abatió a la población más con su oración interpeló ayuda divina, obteniendo que Salamanca la librara Dios de ella.

Los milagros

Causó gran revuelo el milagro que realizó a un joven que cayó a un pozo y él alargó su correa y, sin saber cómo, el joven salió asido a ella. La gente se puso a gritar «¡Milagro! ¡Milagro!», pero él huyó hacia la inmediata plaza de la Verdura y, tomando allí una canasta de pescado que estaba vacía, se la puso en la cabeza en la forma que acostumbran los muchachos para jugar al toro, y, corriendo, comenzó a gritar: «¡Al loco, al loco!». Toda la chiquillería se fue detrás de él con grande algazara y diversión. Así el milagro acabó en una fiesta y algarabía increíble.

Iglesia de de San Juan de Sahagún

Su mediación consiguió apaciguar las virulentas contiendas conocidas con el nombre de «Los bandos de Salamanca», desatadas por el odio de María de Monroy La Brava. El motivo fue que dos nobles caballeros, de la familia de los Manzanos, dieron muerte a dos hijos de una viuda principal, llamada doña María de Monroy. Los asesinos huyeron a Portugal pero María disfrazándose de hombre y sirviéndose de espías descubrió su paradero y los mató, cortándoles las cabezas y trayéndolas a Salamanca donde las colocó sobre el sepulcro de sus dos hijos. A instancias del santo se arrepintió de su venganza. Pero la consecuencia de aquel suceso fue la división de Salamanca en dos bandos guerreros. Los apellidos de los Manzanos y Monroyes se hicieron bandera de discordia y turbulencia. En 1476 los dos bandos contrarios con juramento se perdonaron y abrazaron en testimonio de concordia. Unos veintidós apellidos ilustres -los Maldonados, Anayas, Acebedos, Nietos, Arias, Enríquez, etc.-, firmaron un documento público, «deseando el bien e paz e sosiego de esta ciudad, e por quitar escándalos, ruidos e peleas e otros males e daños dentre nosotros, e por nos ayudar a faser buenas obras unos a otros, queremos y prometemos de ser todos de una parentela e verdadera amistad e conformidad e unión». Todavía la Casa y la plaza de la Concordia de Salamanca recuerdan este hecho social importante, en que tuvo tanta parte el humilde fraile agustino.

Salamanca sufría un terrible verano. Él les anunció que con su muerte llegarían lluvias abundantes, así sucedió cuando murió. La causa de su muerte se atribuye a la venganza de una amante desdeñada al ser abandonada por el adultero arrepentido de la mala vida que llevaba gracias a los sermones de fray Juan. Se dice que entonces aquella pérfida y malvada exclamó: «Ya verá el tal predicador que no termina con vida este año». Y mandó echar un veneno en un alimento que el santo iba a tomar. Desde entonces Fray Juan empezó a enflaquecerse y a secarse, y el 11 de junio de 1479, el santo predicador murió con tan sólo 49 años. A su muerte, dejaba la ciudad de Salamanca completamente transformada, y la vida espiritual de sus oyentes renovada de manera admirable.

Fue beatificado en 1601 por el Papa Clemente VIII y canonizado el 15 de julio de 1691 por Inocencio XII, con grandes festejos cívicos y religiosos en Salamanca y otras partes. La misma ciudad costeó en 1692 una urna de plata primorosamente cincelada para guardar los restos del Santo, los cuales, después de varias translaciones, se colocaron en el año 1835 en la catedral donde se veneran todavía en el altar mayor al lado del Evangelio.

Salamanca honra a San Juan de Sahagún por su Patronazgo, Sahagún por ser Hijo Insigne y la España eucarística le cuenta entre sus extáticos adoradores del Divino Sacramento.

¡Que Dios nos mande muchos valientes predicadores como San Juan de Sahagún, pues son muchos los desconocedores de la palabra de Dios!

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