Los Sacramentos de Iniciación Cristiana II

La Primera Comunión

El Papa san Pío X trataba de proteger el mejor acercamiento de los niños al Cuerpo de Cristo mediante el adelantamiento de la edad de acceso a los siete años. Trataba así de luchar contra la herejía jansenista, que concebía el Cuerpo de Cristo algo así como un premio al que había que acceder por mérito, más que como un don: «La costumbre de retrasar la edad de acceso a la Primera Comunión -explicaba el Papa- ha sido causa de no pocos males: la inocencia de los primeros años, apartada de abrazarse con Cristo, se veía privada de todo jugo de vida interior; de donde se seguía que la juventud, careciendo de tan eficaz auxilio, y envuelta por tantos peligros, perdido el candor, cayese en los vicios antes de gustar los santos misterios. Y aunque a la Primera Comunión preceda una preparación diligente y una confesión bien hecha, siempre resulta tristísima la pérdida de la inocencia bautismal, que, recibiendo en edad más temprana la Santa Eucaristía, acaso pudiera haberse evitado».

La celebración necesita una preparación. La preparación no puede reducirse al ensayo material de la ceremonia, como si se tratase de un bonito espectáculo que se quiere ofrecer a quienes asisten. No puede ser algo ocasional, desligado de todo el proceso educativo en la fe. La misma preparación deberá hacer percibir la celebración como un momento importante en la vida del niño, que le impulsa a continuar su formación en la fe y su integración en el gran grupo de la comunidad cristiana.

La Primera Comunión es el momento en que el niño, incorporado ya a la Iglesia por el Bautismo, sentándose a la mesa eucarística con todos los creyentes llega a participar plena y solemnemente en el sacramento del Cuerpo y de la Sangre del Señor en la Eucaristía, que es la expresión perfecta de la fe, uniéndose plenamente a la asamblea cristiana. Es la culminación de un tiempo catequético en el que el niño ha ido descubriendo quién es Jesucristo. Es el encuentro de comunión total con el Señor.

Es preciso reconocer y valorar justamente los esfuerzos pastorales que vienen haciendo sacerdotes y catequistas en nuestras parroquias y en algunos colegios, en la preparación y celebración de las Primeras Comuniones. Igualmente, es notoria la preocupación de muchos educadores de la fe, que constatan que la Primera Comunión se ve afectada, en algunos casos, por el ambiente consumista de una fiesta social. Muchas de las personas que acuden a la celebración de la Primera Comunión lo hacen más en calidad de familiares y amigos que como creyentes dispuestos a expresar y compartir su fe. Algunos no están habituados a participar en las celebraciones litúrgicas e, incluso, se confiesan indiferentes o no practicantes. Es necesario tener en cuenta el sentido evangelizador y misionero de la celebración, las familias deben testimoniar su fe ante los presentes y ser coherentes con sus vidas en modélicas conductas cristianas.

La confirmación

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Lamentablemente -y convendría reflexionar a fondo de quién es la responsabilidad-, recibido el sacramento de la Confirmación, no pocos jóvenes comienzan a desertar y a desaparecer de la Iglesia. Es una realidad dolorosa: cada año son miles los confirmados que no regresan a las catequesis de post confirmación, ni se integran en ninguna otra actividad pastoral. Y esto, como siempre, suele llevar al abandono paulatino de la fe en Cristo y de la vida de oración. Don Pedro de la Herrán asegura que «la práctica de retrasar este Sacramento hasta los 16 o 18 años no parece muy acorde con la tradición de la Iglesia, ni con la necesidad de que el período de iniciación cristiana aparezca como un proceso unitario, catecumenal e integrador de todos los aspectos catequéticos y litúrgicos». Además, el sacerdote lamenta que, «en muchas catequesis parroquiales se da un parón de varios años en la formación de los niños, desde su Primera Comunión hasta la adolescencia. Y cada año aumenta el número de adolescentes que desertan de la Confirmación antes de recibirla». El panorama, como se ve, no deja margen a la pasividad en los católicos. Como señalaron los obispos españoles en 2006, «la situación de la fe de los niños, adolescentes y jóvenes nos obliga a asumir con mayor realismo y cuidado las tareas propias de la iniciación cristiana, promoviendo con nuevo impulso y renovada orientación la tarea maravillosa y esforzada que espera a todos los fieles laicos, a todos los cristianos, sin pausa alguna: conocer, cada vez más, las riquezas de la fe y del Bautismo, y vivirlas en creciente plenitud». Porque, a fin de cuentas, los sacramentos son mucho más que un rito.

Benedicto XVI en una sesión con pequeños catecúmenos, respondió a algunas de las preguntas que le plantearon los pequeños. Y éstas fueron algunas de sus respuestas: «No bastan las cosas técnicas, aunque sean importantes. Necesitamos esta amistad con Dios, que nos ayuda a tomar las decisiones correctas. Jesús nos alimenta para llegar a ser realmente personas maduras y para que nuestra vida sea buena»; «Si Dios está ausente en mi vida, me falta una orientación, una amistad esencial, una alegría que es importante para la vida. Me falta la fuerza para crecer como hombre, superar mis vicios y madurar. El efecto de estar con Jesús en la Comunión se ve con el tiempo».

La Confirmación, antes de la Primera Comunión

La diócesis de Alcalá de Henares lleva varios años adelantando el sacramento de la Confirmación a la Primera Comunión, gracias a una iniciativa de su anterior obispo, monseñor Jesús Catalá.

Para ello, se decidió hacer la Confirmación a los 8 años, y la Primera Comunión a los 9, «para hacer de la Eucaristía el culmen de la iniciación cristiana». «No se trata de confirmar al mayor número de chicos. Buscamos que puedan vivir la fe intensamente. La vida cristiana sólo la puede vivir uno cuando el Espíritu Santo obra en él, y la persona colabora con esta gracia».

El proyecto de la diócesis se basa en el Ritual de la Iniciación Cristiana de Adultos (RICA), va siguiendo una serie de pasos: la entrega del Catecismo, de la Cruz y la Biblia, la primera Confesión, la entrega del Credo, el sacramento de la Confirmación, la entrega del Padrenuestro y del Decálogo, y, finalmente, la Primera Comunión, que se realiza en el tiempo de Pascua. Después, se continúa la formación de los niños con las llamadas catequesis mistagógicas, de explicación de los misterios de la fe, y se culmina con la inserción en la vida de las parroquias y en los grupos juveniles. Los niños viven así cosas esenciales, y se acostumbran a confesarse, a rezar, a vivir la fe en la parroquia. Se trata de que las cosas esenciales de nuestra fe queden marcadas, no sólo como doctrina, sino también viviéndolas.

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