Debemos testimoniar la Pascua

Su Santidad Benedicto XVI en su mensaje pascual nos exhorta:

Jesucristo, con su muerte y resurrección, ha liberado al hombre de aquella esclavitud radical que es el pecado, abriéndole el camino hacia la verdadera Tierra prometida, el reino de Dios. Sí, hermanos, la Pascua es la verdadera salvación de la Humanidad. Si Cristo no hubiera derramado su Sangre por nosotros, no tendríamos ninguna esperanza, la muerte sería inevitablemente nuestro destino y el del mundo entero. Pero la Pascua ha invertido la tendencia. Es un acontecimiento que ha modificado profundamente la orientación de la Historia, inclinándola de una vez por todas en la dirección del bien, de la vida y del perdón. ¡Somos libres, estamos salvados!

El pueblo cristiano está llamado a dar testimonio en todo el mundo de esta salvación, a llevar a todos el fruto de la Pascua, que consiste en una vida nueva, liberada del pecado y restaurada en su belleza originaria, en su bondad y verdad. A lo largo de dos mil años, los cristianos, especialmente los santos, han fecundado continuamente la Historia con la experiencia viva de la Pascua. La Iglesia es el pueblo del éxodo, porque constantemente vive el Misterio Pascual difundiendo su fuerza renovadora siempre y en todas partes. También hoy la Humanidad necesita un éxodo, que consista no sólo en retoques superficiales, sino en una conversión espiritual y moral. Necesita la salvación del Evangelio para salir de una crisis profunda y que, por consiguiente, pide cambios profundos, comenzando por las conciencias.

La Pascua no consiste en magia alguna. De la misma manera que el pueblo judío se encontró con el desierto, más allá del Mar Rojo, así también la Iglesia, después de la Resurrección, se encuentra con los gozos y esperanzas, los dolores y angustias de la Historia. Y, sin embargo, esta Historia ha cambiado, ha sido marcada por una alianza nueva y eterna, está realmente abierta al futuro. Por eso, salvados en esperanza, proseguimos nuestra peregrinación llevando en el corazón el canto antiguo y siempre nuevo: ¡Cantaré al Señor, sublime es su victoria!

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