Se cumplen 5 años de la muerte del Papa Wojtyla; el amor de Juan Pablo II sigue actuando en la Iglesia.
Lo que movía a Juan Pablo II «era el amor a Cristo», explicó Benedicto XVI en la misa presidida, el pasado 29 de marzo, con motivo del quinto aniversario de su fallecimiento, en la basílica de San Pedro del Vaticano. Ésa es la piedra angular de uno de los pontificados más fecundos de la historia de la Iglesia, que todavía necesitará tiempo para ser asimilado.
El 2 de abril, quinto aniversario de la muerte de Juan Pablo II, coincidió con el Viernes Santo. A la hora exacta de la muerte del Papa polaco, las 21:37, el momento se revivió en el Coliseo de Roma, durante el Vía Crucis. Según explicó días antes su sucesor, dado que Karol Wojtyla «se acercó cada vez más a Dios en el amor, pudo hacerse compañero de viaje para el hombre de hoy, dispersando en el mundo el perfume del amor de Dios».
El antiguo secretario de Juan Pablo II, el cardenal Stanislaw Dziwisz, actual arzobispo de Cracovia, nos dice: «La memoria de Juan Pablo II dura y no disminuye; es más, parece crecer con el tiempo su fama de santidad. No sólo en Polonia». «La cadena ininterrumpida de fieles, que se detuvo en oración hace cinco años ante el cuerpo de Juan Pablo II, no se ha interrumpido». «Cada día, su tumba es meta de una peregrinación continua. Es verdad, la historia continúa, y los fieles sienten una gran estima y afecto por Benedicto XVI, pero no olvidan a su predecesor». De hecho, un promedio de 12.000 personas visita diariamente esta tumba, convertida en uno de los principales lugares de peregrinación de Roma.
Son ya cinco años sin Juan Pablo II. Sin embargo, todavía quedan temas de su magisterio por descubrir; en particular, «la teología del cuerpo, que era una de las novedades de su enseñanza y que no ha quedado todavía plenamente asimilada». Su visión de la mujer en la sociedad, y su compromiso por la cuestión social y los derechos del hombre, a juicio del cardenal, necesitan también tiempo para ser plenamente asimilados.
El cardenal Rouco, arzobispo de Madrid, y uno de los que mejor conocieron a aquel Papa, tan vinculado a España afirma: «El pontificado de Juan Pablo II tiene para la Iglesia un significado de tal magnitud y hondura que, probablemente, a los cinco años de su muerte, sea pronto todavía para comprenderlo en toda su complejidad y riqueza».
Juan Pablo II y España
Los contactos entre el cardenal Rouco y Juan Pablo II se repitieron muy a menudo, porque España fue uno de los países más visitados por este Papa, y uno de los países, también, que él mejor conocía y más presentes tenía siempre. Pero donde mejor percibe el cardenal la dilección particular de Juan Pablo II por España es en su última Visita, en mayo de 2003: «Al recibir la invitación, a pesar de las dificultades de salud, no dudó en aceptar, en un gesto que muchos interpretamos como un querer venir a despedirse de España, antes de su muerte». Esa voluntad se manifiesta de forma especialmente clara hacia los jóvenes españoles. «Sus palabras a los jóvenes en Cuatro Vientos tienen mucho de eso, de algo así como la última voluntad del Papa a los jóvenes, cuando, por ejemplo, les pide que sean testigos del Señor».
En este viaje quedó también patente la confianza y esperanza puestas por Juan Pablo II en España. «Él conocía bien y estimaba la historia de la Iglesia en España y de su acción misionera a partir del siglo XVI; estaba particularmente familiarizado también con lo que significó el Camino de Santiago en la construcción de Europa, como demostró en la IV Jornada Mundial de la Juventud. Y, sobre todo, conocía muy bien las posibilidades de fidelidad católica y de comunión de España con la Iglesia y con su pastor universal, algo que apreciaba él mucho».
Se queda el cardenal Rouco, entre los muchos recuerdos de esta Visita, con la homilía en la canonización de cinco nuevos santos, y con las palabras finales del Papa, «verdaderamente emocionantes, cuando nos dice que no perdamos nuestras raíces, que continuemos esa aportación de la experiencia y de la fidelidad de España hacia la Iglesia, en mantener la identidad católica, y el arrojo y el entusiasmo apostólico, asumiendo con generosidad nuestra responsabilidad, nuestra vocación, como propia dentro de la Iglesia».
Sin embargo, para el cardenal Rouco, «los recuerdos quizá más intensos son los de la IV Jornada Mundial de la Juventud», en Santiago de Compostela, en 1989, puesto que, como arzobispo, fue esa ocasión en la que pudo «acompañarle más tiempo y más cercanamente, ya que el Papa se alojó en la casa del arzobispo de Santiago». En la noche tras su llegada —recuerda—, Juan Pablo II «apenas durmió, porque venía con fiebre, con alguna infección de garganta, quizá. No quiso decirlo, y se sobrepuso plenamente en la noche de la Vigilia en el Monte del Gozo, donde hacía un frío notable. Juan Pablo II se entregó a los jóvenes totalmente».
Fue una visita a España con un programa muy intenso «para una persona que ya no era tan joven, y había sufrido el atentado del 13 de mayo de 1981. No se le apreciaban huellas llamativas, pero ya los años le pesaban».
El último encuentro
La última ocasión en que don Antonio María Rouco pudo ver a Juan Pablo II fue sólo unos pocos días antes de su muerte, en la visita ad limina de los obispos de la Provincia Eclesiástica de Madrid. «Preguntaba y contestaba con monosílabos», recuerda; «yo le hablé en español, como me pidió… Preguntó cómo estaba el Príncipe, y pasó enseguida al tema de las vocaciones y los seminaristas. Sacamos la impresión de que el Papa había mejorado, pero, a la mañana siguiente, nos dieron la noticia de que no había podido recibir ya a más obispos, de manera que pudimos llevarnos ese recuerdo final: su interés grande por España, muy centrado, sobre todo, en las vocaciones y en los aspirantes al sacerdocio».
En Horabuena, la beatificación de S.S. Juan Pablo II, El Grande; cuan necesaria se hace hoy su palabra dirigidas siempre hacia los jóvenes, cuan necesaria se hace hoy su palabra y diplomacia, frente este mundo hundido en la violencia, en el materialismo, en el engaño, en el comunismo (destructor de la dignidad del hombre a través del engaño, peor que el materialismo en si). Cuanta falta hace en la Iglesia, ya que dió nuevos aires, aire de juventud, de cambios necesarios para llevar la palabra de Dios a todos los rincones del mundo. Espero que no se pierda su legado y que su elevación a los altares sirva para recordarnos su obra en la tierra. Amén: