MES DE MARÍA , Día 1

El mismo sentimiento que había inspirado a los servidores de María a honrala cada día mediante diversas prácticas, cada semana con la devoción del sábado, cada mes por la celebración de alguno de sus misterios, los ha llevado, en los últimos tiempos a consagrarle cada año un mes entero. Y para ello han elegido el más bello de los meses,  mes en el que no había ninguna fiesta particular. La Iglesia ha alentado esta devoción hacia la Santísima Virgen. Por dos rescriptos, del 21 de marzo de 1815 y del 18 de junio de 1822, Pío VII concede las indulgencias siguientes, aplicables a las almas del Purgatorio.

  1. una indulgencia plenaria a perpetuidad, a ser ganada una vez en el mes de mayo, el mismo día de la comunión, por todos los fieles católicos, que, todos los días de este mes, honren especialmente a la Santísima Virgen, sea en público, sea en privado, mediante homenajes, ejercicios piadosos o actos d virtud.
  2. Una indulgencia parcial de trescientos días para cada día del mes en que se haya rendido a María un homenaje público o particular.

Los Anales de la propagación de la fe, refieren del año 1846, que muchos misioneros, que se encontraban sobre un navío en pleno mar, tuvieron la feliz idea de comenzar ahí sus ejercicios del mes de Maria. Había preparado ya a tres marineros que no habían hecho su Primera Comunión, y esperaban ganar para Cristo y su religión a los otros marineros y en especial al capitán, que no tenían ni fe ni ley. Ya los marineros habían asistido atentamente a la Santa Misa, lo que causo una impresión profunda en el capitán. Permitió, en consecuencia, que se comenzara a solemnizar el mes de María. Todas las tardes, cada vez que el tiempo lo permitía, se recitaba algunas decenas del rosario y las oraciones de la tarde seguidas de cánticos. Asistieron todos, pero sólo cinco quisieron confesarse. Sin embargo, la virtud de la intercesión de la Santísima Virgen se hacía ya sentir, porque el capitán daba signos indudables que su corazón estaba vivamente impresionado y que un violento combate se libraba en su alma. Los misioneros hicieron una novena para obtener su conversión. Y de pronto, cuando se comenzó los ejercicios, el capitán pidió hacer una confesión general, que hizo con gran compunción. Pronto, todos los marineros siguieron el ejemplo de su jefe; se reconciliaron con Dios y se aproximaron en grupo a Santa Mesa. Regresando, el capitán se colgó del cuello de su confesor, agradeciéndole con estas palabras: “Mi corazón no puede estar más felíz”.

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TODOS ESTAMOS LLAMADOS A SER SANTOS -PAPA FRANCISCO

“Estamos todos llamados a ser santos. Debemos ser santos por esta riqueza que recibimos del Señor resucitado”

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!.

La Palabra de Dios también en este quinto domingo de Pascua sigue indicándonos el camino y las condiciones para ser una comunidad del Señor resucitado. El domingo pasado se resaltaba la relación entre el creyente y Jesús Buen Pastor. Hoy, el Evangelio nos propone el momento en que Jesús se presenta como la vid verdadera y nos invita a permanecer unidos a él para dar mucho fruto. (Jn 15, 1-8).

La vid es una planta que forma una cosa sola con los sarmientos, y los sarmientos son fecundos solo cuando están unidos a la vid.

Esta relación es el secreto de la vida cristiana y el evangelista Juan la expresa con el verbo “permanecer” que en el pasaje de hoy se repite siete veces.

Permaneced en mi dice el Señor, se trata de permanecer con el Señor para encontrar el valor de salir de nosotros mismos de nuestras comodidades, de nuestros espacios restringidos y protegidos para proyectarnos en el mar abierto de las necesidades de los demás y dar amplio respiro a nuestro testimonio cristiano en el mundo.

Este coraje nace en la fe del Señor resucitado y de la certeza de que su Espíritu acompaña nuestra historia. Uno de los frutos más maduros que brota de la comunión con Cristo es de hecho el compromiso de caridad hacia el prójimo, amando a nuestros hermanos con abnegación, hasta las últimas consecuencias, como Jesús nos amó. El dinamismo de la caridad del creyente no es fruto de estrategias, no nace de solicitudes externas, de instancias sociales o ideológicas, sino del encuentro con Jesús y de permanecer en Jesús.

Él es para nosotros la vid de la que absorbemos la savia, es decir la “vida” para llevar en la sociedad una forma diferente de vivir y de darse, lo que pone en primer lugar a los últimos.

Cuando se es íntimo con el Señor, como son íntimos entre si la vid y los sarmientos se es capaz de dar fruto de vida nueva, de misericordia, de justicia y de paz que derivan de la resurrección del Señor. Es lo que hicieron los santos aquellos que vivieron en plenitud la vida cristiana y el testimonio de la caridad, porque eran verdaderos sarmientos de la viña del Señor. Pero para ser santo, “no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos todos estamos llamados a ser santos viviendo con el amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día ahí donde cada uno se encuentra”. (Exhortación Apostólica Gaudete et Exultare, 14)

Todos nosotros estamos llamados a ser santos y debemos ser santos con esta riqueza que recibimos del Señor resucitado, cada actividad, el trabajo, el descanso, la vida familiar y social, el ejercicio de las responsabilidades políticas, culturales y económicas. Cada actividad, si se vive en unión con Jesús y con actitud de amor y de servicio es una ocasión para vivir en plenitud el bautismo y la santidad evangélica.

Le pedimos ayuda a María Reina de los santos y modelo de perfecta comunión con su Divino Hijo que nos ayude que nos enseñe ella a permanecer en Jesús como los sarmientos de la viña y a no separamos nunca de su amor.  Nada de hecho podemos hacer sin él porque nuestra vida es Cristo vivo presente en la Iglesia y en el mundo.

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SAN RAFAEL ARNÁIZ -26 de Abril

«La cruz fue el único tesoro que tuvo este gran trapense, brillante arquitecto, un joven sensible y de gran finura humana y espiritual. Una diabetes terminó con su vida a temprana edad. Juan Pablo lo puso como modelo para los jóvenes» 

Nació en Burgos, España, el 9 de abril de 1911. Su inclinación a vivir por y para Dios fue manifiesta en la infancia. «¡Solo Dios llena el alma…, y la llena toda!»decía. En esa época dorada contrajo unas fiebres colibacilares. Cuando sanó, su padre, que había visto en la curación una intervención de María, lo consagró en Zaragoza a la Virgen del Pilar en el estío de 1922. Rafael no olvidó este hecho. «Honrando a la Virgen, amaremos más a Jesús; poniéndonos bajo su manto, comprenderemos mejor la misericordia divina».La enfermedad nunca le abandonaría.

Era elegante, sensible. También caprichoso y tendente a la vanidad. Poseía una brillante inteligencia, con predominio de la intuición, que le permitió sobresalir en los estudios aunque no los cuidara debidamente. Se estableció con la familia en Oviedo, y al término de su formación básica se matriculó en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid. Hizo grandes amistades porque era una persona entrañable y cercana en la que se percibía la huella de Dios. Estaba vinculado al Apostolado de la Oración, a la Adoración Nocturna y a la Congregación de María Inmaculada. A los 19 años visitó el monasterio cisterciense de San Isidro de Dueñas y le atrajo poderosamente. El 16 de enero de 1934 ingresó en él, dejando atrás las previsiones eventuales de un futuro espléndido, y las posibilidades que le ofrecía cotidianamente el bienestar de su hogar paterno.

Su ilusión por entregarse a Dios a través de una vida penitente y contemplativa era más fuerte que todo. «La verdadera felicidad se encuentra en Dios y solamente en Dios». No contaba con la presencia repentina de la diabetes, temible entonces por sus funestas consecuencias, que le obligó a abandonar la Trapa en tres ocasiones. Comprendió el sentido purificador del dolor: «Cuando me veo otra vez en el mundo, enfermo, separado del monasterio, y en la situación en que me encuentro… veo que me era necesario, que la lección que estoy aprendiendo es muy útil, pues mi corazón está muy apegado a las criaturas, y Dios quiere que lo desate para entregárselo a Él solo».Su experiencia personal le permitía alumbrar la vida de otras personas y conducirlas a Dios. A su tía María, duquesa de Maqueda, le aconsejaba en 1935: «Déjate hacer; sufre, pero sufre amándole, amándole mucho a través de la oscuridad, a pesar de la tempestad que parece el Señor te ha puesto, a pesar de no verle, ama el madero desnudo de la cruz […]. Llora, llora todo lo que puedas y sufre, pero a los pies de la cruz, y sufre amando a Dios ¡qué felicidad!… Cómo te quiere Dios, ya lo verás algún día muy cercano».

Su rica vida interior le había permitido conocer la estrecha simbiosis espiritual que existe entre el dolor y el gozo, experiencia que halla quien busca a Dios con purísimo corazón: «Muchas veces he pensado que el mayor consuelo es no tener ninguno; lo he pensado y lo he experimentado […]. Alguna vez he sentido en mi corazón pequeños latidos de amor a Dios… Ansias de Él y desprecio del mundo y de mí mismo. Alguna vez he sentido el consuelo enorme e inmenso de verme solo y abandonado en los brazos de Dios. Soledad con Dios. Nadie que no lo haya experimentado, lo puede saber, y yo no lo sé explicar. Pero solo sé decir que es un consuelo que solo se experimenta en el sufrir…, y en el sufrir solo… y con Dios, está la verdadera alegría».Sus sentimientos recuerdan a las vivencias místicas de Juan de la Cruz y de Teresa de Jesús: «Es un nada desear más que sufrir. Es un ansia muy grande de vivir y morir ignorado de los hombres y del mundo entero… Es un deseo grande de todo lo que es voluntad de Dios… Es no querer nada fuera de Él… Es querer y no querer. No sé, no me sé explicar… solo Dios me entiende…».

En este camino de perfección iba dejando atrás lastres que en otro tiempo le habían pesado: «Todo va cambiando en mi alma. Lo que antes me hacía sufrir…, ahora me es indiferente; en cambio, voy encontrando los repliegues en mi corazón que estaban escondidos, y que ahora salen a la luz […]. Lo que antes me humillaba, ahora casi me causa risa. Ya no me importa mi situación de Oblato […]. Veo que el último lugar es el mejor de todos; me alegro de no ser nada ni nadie, estoy encantado con mi enfermedad que me da motivos para padecer físicamente y moralmente…».El eje de su vida era Cristo:«Mi centro es Jesús, es su cruz». La conciencia de su indignidad le hacía decir: «He sido un gran pecador… Perdóname, Señor, lo que digo… Yo, Señor, nada quiero, nada me importa… solo Tú… No me hagas caso, Señor… soy un niño caprichoso. Pero Tú tienes la culpa, mi Dios…¡si no me quisieras tanto!». 

Resistiéndose a abandonar su vida religiosa, regresó al monasterio una cuarta vez. Tomó la decisión, aún cuando era realmente penosa y suponía un acto heroico para una situación como la suya, con una naturaleza débil que tenía que luchar contra la enfermedad. «Si lo que deseas es… mis sufrimientos, tómalos todos, Señor». Ofreció a Dios en holocausto su personal calvario, dejando brotar el potente caudal de su amor. De él quedan magistrales trazos en sus escritos, prolongación post mortemde su fecunda actividad apostólica. En ellos se detecta la finura y profundidad de esta alma delicada. «Solamente en el silencio se puede vivir, pero no en el silencio de palabras y de obras…, no; es otra cosa muy difícil de explicar… Es el silencio del que quiere mucho, mucho, y no sabe qué decir, ni qué pensar, ni qué desear, ni qué hacer… Solo Dios allá adentro, muy calladito, esperando, esperando, no sé…, es muy bueno el Señor».

Era un esteta que soñó volcar en la pintura la belleza del amor divino que selló su espíritu. Murió a consecuencia de un coma diabético el 26 de abril de 1938. Tenía 27 años. Sus restos yacen en el cementerio del monasterio. El 19 de agosto de 1989 Juan Pablo II, en la Jornada mundial de la juventud, lo propuso como modelo para los jóvenes. El 27 de septiembre de 1992 lo beatificó. Y Benedicto XVI lo canonizó el 11 de octubre de 2009.

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MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO PARA LA 55 JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES

El próximo 22 de abril, Domingo del Buen Pastor, se celebra la 55ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones Sacerdotales, Religiosas y de Vida Consagrada.

El Papa Francisco hace un tiempo que lo hizo público y nos ha parecido reproducirlo ahora otra vez, en la cercanía de la fecha de su proclamación.

Queridos hermanos y hermanas:

El próximo mes de octubre se celebrará la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que estará dedicada a los jóvenes, en particular a la relación entre los jóvenes, la fe y la vocación. En dicha ocasión tendremos la oportunidad de profundizar sobre cómo la llamada a la alegría que Dios nos dirige es el centro de nuestra vida y cómo esto es el «proyecto de Dios para los hombres y mujeres de todo tiempo» (Sínodo de los Obispos, XV Asamblea General Ordinaria, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, introducción).

Esta es la buena noticia, que la 55ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones nos anuncia nuevamente con fuerza: no vivimos inmersos en la casualidad, ni somos arrastrados por una serie de acontecimientos desordenados, sino que nuestra vida y nuestra presencia en el mundo son fruto de una vocación divina.

También en estos tiempos inquietos en que vivimos, el misterio de la Encarnación nos recuerda que Dios siempre nos sale al encuentro y es el Dios-con-nosotros, que pasa por los caminos a veces polvorientos de nuestra vida y, conociendo nuestra ardiente nostalgia de amor y felicidad, nos llama a la alegría. En la diversidad y la especificidad de cada vocación, personal y eclesial, se necesita escuchar, discernir y vivir esta palabra que nos llama desde lo alto y que, a la vez que nos permite hacer fructificar nuestros talentos, nos hace también instrumentos de salvación en el mundo y nos orienta a la plena felicidad.

Estos tres aspectos —escucha, discernimiento y vida— encuadran también el comienzo de la misión de Jesús, quien, después de los días de oración y de lucha en el desierto, va a su sinagoga de Nazaret, y allí se pone a la escucha de la Palabra, discierne el contenido de la misión que el Padre le ha confiado y anuncia que ha venido a realizarla «hoy» (cf. Lc 4,16-21).

La llamada del Señor —cabe decir— no es tan evidente como todo aquello que podemos oír, ver o tocar en nuestra experiencia cotidiana. Dios viene de modo silencioso y discreto, sin imponerse a nuestra libertad. Así puede ocurrir que su voz quede silenciada por las numerosas preocupaciones y tensiones que llenan nuestra mente y nuestro corazón.

Es necesario entonces prepararse para escuchar con profundidad su Palabra y la vida, prestar atención a los detalles de nuestra vida diaria, aprender a leer los acontecimientos con los ojos de la fe, y mantenerse abiertos a las sorpresas del Espíritu.

Si permanecemos encerrados en nosotros mismos, en nuestras costumbres y en la apatía de quien desperdicia su vida en el círculo restringido del propio yo, no podremos descubrir la llamada especial y personal que Dios ha pensado para nosotros, perderemos la oportunidad de soñar a lo grande y de convertirnos en protagonistas de la historia única y original que Dios quiere escribir con nosotros.

También Jesús fue llamado y enviado; para ello tuvo que, en silencio, escuchar y leer la Palabra en la sinagoga y así, con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, pudo descubrir plenamente su significado, referido a su propia persona y a la historia del pueblo de Israel.

Esta actitud es hoy cada vez más difícil, inmersos como estamos en una sociedad ruidosa, en el delirio de la abundancia de estímulos y de información que llenan nuestras jornadas. Al ruido exterior, que a veces domina nuestras ciudades y nuestros barrios, corresponde a menudo una dispersión y confusión interior, que no nos permite detenernos, saborear el gusto de la contemplación, reflexionar con serenidad sobre los acontecimientos de nuestra vida y llevar a cabo un fecundo discernimiento, confiados en el diligente designio de Dios para nosotros.

Como sabemos, el Reino de Dios llega sin hacer ruido y sin llamar la atención (cf. Lc 17,21), y sólo podemos percibir sus signos cuando, al igual que el profeta Elías, sabemos entrar en las profundidades de nuestro espíritu, dejando que se abra al imperceptible soplo de la brisa divina (cf. 1 R 19,11-13).

DISCERNIR

Jesús, leyendo en la sinagoga de Nazaret el pasaje del profeta Isaías, discierne el contenido de la misión para la que fue enviado y lo anuncia a los que esperaban al Mesías: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19).

Del mismo modo, cada uno de nosotros puede descubrir su propia vocación sólo mediante el discernimiento espiritual, un «proceso por el cual la persona llega a realizar, en el diálogo con el Señor y escuchando la voz del Espíritu, las elecciones fundamentales, empezando por la del estado de vida» (Sínodo de los Obispos, XV Asamblea General Ordinaria, Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, II, 2).

Descubrimos, en particular, que la vocación cristiana siempre tiene una dimensión profética. Como nos enseña la Escritura, los profetas son enviados al pueblo en situaciones de gran precariedad material y de crisis espiritual y moral, para dirigir palabras de conversión, de esperanza y de consuelo en nombre de Dios. Como un viento que levanta el polvo, el profeta sacude la falsa tranquilidad de la conciencia que ha olvidado la Palabra del Señor, discierne los acontecimientos a la luz de la promesa de Dios y ayuda al pueblo a distinguir las señales de la aurora en las tinieblas de la historia.

También hoy tenemos mucha necesidad del discernimiento y de la profecía; de superar las tentaciones de la ideología y del fatalismo y descubrir, en la relación con el Señor, los lugares, los instrumentos y las situaciones a través de las cuales él nos llama. Todo cristiano debería desarrollar la capacidad de «leer desde dentro» la vida e intuir hacia dónde y qué es lo que el Señor le pide para ser continuador de su misión.

VIVIR

Por último, Jesús anuncia la novedad del momento presente, que entusiasmará a muchos y endurecerá a otros: el tiempo se ha cumplido y el Mesías anunciado por Isaías es él, ungido para liberar a los prisioneros, devolver la vista a los ciegos y proclamar el amor misericordioso de Dios a toda criatura. Precisamente «hoy —afirma Jesús— se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4,20).

La alegría del Evangelio, que nos abre al encuentro con Dios y con los hermanos, no puede esperar nuestras lentitudes y desidias; no llega a nosotros si permanecemos asomados a la ventana, con la excusa de esperar siempre un tiempo más adecuado; tampoco se realiza en nosotros si no asumimos hoy mismo el riesgo de hacer una elección. ¡La vocación es hoy! ¡La misión cristiana es para el presente! Y cada uno de nosotros está llamado —a la vida laical, en el matrimonio; a la sacerdotal, en el ministerio ordenado, o a la de especial consagración— a convertirse en testigo del Señor, aquí y ahora.

Este «hoy» proclamado por Jesús nos da la seguridad de que Dios, en efecto, sigue «bajando» para salvar a esta humanidad nuestra y hacernos partícipes de su misión. El Señor nos sigue llamando a vivir con él y a seguirlo en una relación de especial cercanía, directamente a su servicio. Y si nos hace entender que nos llama a consagrarnos totalmente a su Reino, no debemos tener miedo. Es hermoso —y es una gracia inmensa— estar consagrados a Dios y al servicio de los hermanos, totalmente y para siempre.

El Señor sigue llamando hoy para que le sigan. No podemos esperar a ser perfectos para responder con nuestro generoso «aquí estoy», ni asustarnos de nuestros límites y de nuestros pecados, sino escuchar su voz con corazón abierto, discernir nuestra misión personal en la Iglesia y en el mundo, y vivirla en el hoy que Dios nos da.

María Santísima, la joven muchacha de periferia que escuchó, acogió y vivió la Palabra de Dios hecha carne, nos proteja y nos acompañe siempre en nuestro camino.

Francisco

Vaticano, 3 de diciembre de 2017.   Primer Domingo de Adviento.

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SANTA GEMMA GALGANI – 11 de Abril

«Marcó su vida la pasión por Cristo crucificado. Fue agraciada con los estigmas y otros muchos dones. Sus múltiples padecimientos, rodeados de hechos inexplicables, no fueron comprendidos. Se ofreció como víctima por los pecadores»

Sus 25 años de vida estuvieron marcados en su mayoría por fenómenos místicos ante los cuales hubo disparidades, incomprensiones y numerosos desprecios. Nació en Borgonuovo de Capannori, Italia, el 12 marzo de 1878. Era la cuarta de ocho hermanos y la primera niña que alegraba el hogar. Su madre no quería bautizarla con el nombre de Gemma, que fue sugerido por un tío de la pequeña, porque en el martirologio no existían ascendentes de ninguna mujer canonizada que se hubiera llamado así. El párroco Olivio Dinelli con inspirado juicio alegó:«Muchas gemas hay en el cielo; esperemos que también ella sea un día otra Gemma del paraíso».

Cuando tenía un mes de vida la familia se trasladó a Lucca, donde la santa pasó el resto de su existencia. A los 4 años oraba tiernamente a María, amor que le inculcó Aurelia, su madre, junto a la devoción por Jesús crucificado: «De lo primero que me acuerdo es que mi mamá, cuando yo era pequeñita, acostumbraba a tomarme a menudo en brazos y, llorando… me enseñaba un crucifijo y me decía que había muerto en la Cruz por los hombres». La catequesis materna dio sus frutos sembrando en el corazón de Gemma una pasión desbordante por Cristo: «Jesús, yo quiero llegar con mi voz hasta los últimos confines del universo para alcanzar a todos los pecadores y gritarles que entren todos dentro de tu Corazón». Intuyendo Aurelia su inminente muerte, quiso que preparasen a la niña para la confirmación. Y mientras la recibía entendió que Jesús le pedía el sacrificio de verse privada de su madre.

Aurelia murió el 17 de septiembre de 1885 a los 39 años. Gemma tenía 7 y se refugió en la Virgen: «Al perder a mi madre terrena me entregué a la Madre del cielo. Postrada ante su imagen, le dije: ‘¡María!, ya no tengo madre en la tierra; se tú desde el cielo mi Madre’».Por fortuna, tuvo la certeza de que Ella le amparaba porque su personal calvario no había hecho más que empezar. A los 9 años inició sus estudios en el colegio de Santa Zita fundado por la beata Elena Guerra. Por esa época, al conocer la Pasión de Cristo sintió un dolor que le desgarraba por dentro acompañado de fiebre alta. El 17 de junio de 1887, festividad del Sagrado Corazón, determinó ser religiosa, sentimiento unido a «un ardiente anhelo de padecer y de ayudar a Jesús a sobrellevar la cruz». Se cumpliría con creces este deseo.

En 1894 pereció Gino, el primogénito de la familia, al que ella amaba de forma singular. En 1896 fue intervenida de una lesión en el pie, que se efectuó sin anestesia, debiendo soportar inmenso dolor, y el 25 de diciembre de ese año privadamente consagró a Dios su castidad. En 1897 falleció su padre Enrico, que había sido farmacéutico, y con su deceso llegó un periodo de sinsabores al hogar de los Galgani. Perdieron todo y los hermanos se separaron. Gemma fue acogida por unos tíos y pasó por un breve y convulso periodo. Relegó las prácticas religiosas y las reemplazó por diversiones. Pero el sufrimiento la perseguía. Y sin darle apenas tregua, a los 20 años se le presentó una osteítis en las vértebras lumbares que la dejó imposibilitada para caminar. Los dolores en la cabeza eran insoportables, la enfermedad avanzaba y los médicos la desahuciaron.

Aunque se había propuesto llevar la cruz, no ocultó su contrariedad: «le dije a Jesús que no rezaría más si no me curaba. Y le pregunté qué pretendía teniéndome asíEl ángel de la guarda me respondió: ‘Si Jesús te aflige en el cuerpo es para purificarte cada vez más en el espíritu’». Sanó con la mediación de santa Margarita María de Alacoque. La cortejaron dos caballeros que se prendaron de su belleza, pero no tuvieron nada que hacer; Dios era su único dueño. En los círculos del vecindariola conocían como «la jovencita de la gracia».

El año 1899 fue crucial. El 8 de junio se le manifestaron por vez primera los estigmas de la Pasión. Serían ostensibles en numerosas ocasiones cuando oraba, momento en que sudaba sangre. Meses más tarde, en el transcurso de una misión conoció a los padres pasionistas. Entonces sintió que Cristo le decía: «Tú serás una hija predilecta de mi Corazón».Estos religiosos la condujeron a la familia Gianni, cuya ayuda fue decisiva para afrontar lo que iba a sobrevenirle. Había caído en sus manos la vida de san Gabriel de la Dolorosa, escrita por el padre Germán de San Estanislao, C.P., que sería su director espiritual, y a partir de entonces su vida dio un giro radical. Las visiones, éxtasis y vaticinios comenzaron a sucederse mientras su salud empeoraba. Su virtud traspasaba la morada y los hechos inexplicables formaban parte de su día a día. Los estigmas invariablemente se le reproducían del jueves al viernes. Para que no viesen sus llagas usaba guantes negros y se ataviaba con un discreto vestido del mismo color. Aún así, no pudo evitar que estos favores saltaran a la calle. Y la misma gente que antes la admiró, se burlaba de ella y la tildaban de histérica y farsante. También el obispo Volpi, que fue su confesor, tuvo sus dudas. Paralelamente, los científicos no hallaban explicación a los hechos que le acontecían.

El padre Germán la sostuvo espiritualmente ante la exigencia de pruebas y el arrecio de las dificultades. Gemma sobrellevaba su dolor en silencio. Por su mediación se obraban grandes conversiones. Con todo, en su trayectoria espiritual hubo muchas incursiones violentas del diablo. En 1901 su director le indicó que redactase su biografía: «El cuaderno de mis pecados». En ella se percibe su profundo sentido victimal: se había ofrendado en holocausto por los pecadores. Instada por Cristo a fundar un monasterio para los pasionistas en Lucca, en 1901 enfermó gravemente. En el último periodo de su vida la oscuridad y la angustia por sus pecados le pesaron como una losa. Murió el Sábado Santo, 11 de abril de 1903, en medio de espantosos dolores que ofreció con carácter expiatorio. Ese año Pío X autorizó la erección del monasterio. Pío XI la beatificó el 14 de mayo de 1933. Pío XII la canonizó el 2 de mayo de 1940.

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BEATA CELESTINA (CATALINA) FARON – 9 de Abril

«Ofreció su vida por una vocación sacerdotal, esperando que el díscolo prelado porque el que oraba incesantemente se reconciliara con la Iglesia, como así fue. Fue masacrada en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau» Celestina, nombre tomado al profesar en la congregación de las Pequeñas Siervas de la Inmaculada Concepción, fue beatificada junto a Natalia Tulasiewicz por Juan Pablo II el 13 de junio de 1999. Fueron las dos únicas mujeres que componían el grupo de 109 mártires. ¡Quién le iba a decir a la religiosa que compartiría ese altísimo honor con su fundador, Edmundo Bojanowski! Pero así lo determinó la divina Providencia que fue conduciéndola desde pequeña al camino de la plena consagración.

Nació en la ciudad polaca de Zabrzeży el 24 de abril de 1913. A los 5 años perdió a su madre y se trasladó al domicilio de unos familiares que cuidaron de ella con verdadera ternura. En este nuevo hogar alumbrado por la fe se impregnó del amor de Dios sintiéndose cada vez más cerca de María, a la que había elegido como Madre en su corazón. Su afecto por Teresa del Niño Jesús iba a tener gran trascendencia espiritual en su vida. A los 16 años dispuesta a ofrendar pobreza, obediencia y castidad, particularmente ésta última hasta la muerte, pidió ser admitida en la congregación de las Pequeñas Siervas. Y en 1930 inició el noviciado en la casa madre. Una de las líneas de este carisma se halla en el entorno rural donde proporcionan educación a los campesinos y a sus hijos a través de escuelas gratuitas y talleres de formación profesional. Al tiempo inculcan los principios de la fe. Así que la beata realizó cursos en Lviv, Poznań y Przemyślque le permitían ayudar a los demás con el rigor debido, sin descuidar la catequesis.

En 1936 obtuvo la capacitación en jardinería. Iba dejando el poso de su delicadeza con su forma de trato dispensado a los demás, siempre colmado de atenciones. En 1938 fue destinada a Brzozow donde tenían un jardín de infancia. Se puso al frente del mismo. Los niños fueron «sus grandes tesoros». Compartían su corazón junto a los enfermos, otra de sus debilidades. Por su excelente quehacer con ellos fue reconocida y respetada en la ciudad. Era una mujer inteligente, discreta y valerosa. Estaba al tanto de las vicisitudes de la historia y, cómo no, de lo que acontecía en la Iglesia. Le animaba el celo apostólico con ese visible afán de conquistar a las personas para Cristo.

Hallándose en Lviv aconteció un hecho doloroso al que dio una respuesta similar a la ofrecida por Teresa de Lisieux. Supo que un antiguo obispo católico, WładysławMarcin Faron, cuyo apellido coincidía con el suyo aunque no les unía parentesco alguno,había apostatado de la Iglesia. Y ante sus hermanas de comunidad ofreció su vida por la conversión del prelado. De forma taxativa, consciente de las consecuencias de tan magnánimo gesto, confesó que se disponía a morir por él. En 1938 había sido elegida superiora de la comunidad. Y su gran labor fue más que ostensible en el orfanato que dirigía. Durante unos años trató de paliar las graves carencias que trajo consigo el nazismo y de infundir esperanza en los corazones atemorizados de tantos. En 1942 fue delatada a la Gestapo. El propietario del edificio que ocupaban era un activista político que había prestado una de las habitaciones a miembros principales de la organización y la labor que llevaban a cabo quedó al descubierto. Una de las hermanas le aconsejó huir, pero ella pensó en los que no tuvieron posibilidad de escapar y en la repercusión que su desaparición podría tener para el resto de su comunidad. Y se dispuso a materializar la promesa que hizo abrazándose a la cruz. Sin dudarlo, se presentó ante la Gestapo.

Le esperaba un camino de atroces sufrimientos. Desde que se produjo su detención a finales de agosto de 1942 pasó por las prisiones de Jaslo y de Tarnow hasta que el 6 de enero de 1943 fue trasladada a Auschwitz-Birkenau. Condenada a ser menos que un número –el que le tatuaron fue el 27989–, quedó recluida en el bloque 7. La muerte iría llegándole lentamente, aunque el acero del odio que acompañaba a sus hostigadores no logró penetrar en su corazón. El látigo, el barro, el frío, la inanición, nauseabundos roedores e insectos en medio de un inmundo espacio habitado por el terror y la angustia eran compartidos por otros congéneres injustamente atrapados en el lúgubre campo de concentración. Contrajo el tifus, la sarna, y vio como se abría la cicatriz de una antigua intervención dejando al descubierto en la ingle una llaga supurante que no podía cerrarse y que apenas le permitía mantenerse en pie.

Conducida al bloque 24, abandonada en su dolor por los crueles carceleros, afrontó una tuberculosis con hemorragias recurrentes que se unían a la peste, la falta de alimentos y de agua acentuando su calvario. Los más afectados por las plagas eran los que se hallaban en las literas a ras de tierra, como la suya. Pero ella, en medio de tanto sufrimiento, se esforzaba por animar a los que tenía al lado y agradecía las muestras de solidaridad y bondad que recibía de sus desdichados compañeros. Los que sobrevivieron, impresionados por su conformidad, confianza, mansedumbre, humildad y fortaleza ante tanta calamidad, serían testigos de su causa. Agradecía a Dios poder ofrecerle su infortunio. Consideraba que estaba cumpliendo su voluntad.

Solía rezar el rosario que había realizado con migas de pan, y ofrecía sus oraciones por la conversión de los pecadores, su congregación, su país y los sacerdotes del campamento que eran torturados y llevados al crematorio; se afligía de que no pudieran oficiar la misa. Además, oraba por el artífice de tanta tragedia: Hitler. Lo más importante para ella era recibir la comunión. Un sacerdote que la llevó clandestinamente se la dio el día 8 de diciembre 1943. La consideró su viático. Y movida por una antigua convicción de que no moriría antes de tomarla, al comulgar supo que su fin estaba cerca. Falleció el 9 de abril de 1944. El prelado por el que dio su vida, más tarde se reconcilió con la Iglesia.

 

 

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DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA – 8 Abril

Hoy la Iglesia Universal celebra la Fiesta de la Divina Misericordia, establecida por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos el 23 de mayo del 2000 por indicación de san Juan Pablo II, para que tenga lugar el Segundo Domingo de Pascua.

El objetivo de esta Fiesta es hacer llegar a los corazones de cada persona el mensaje de que Dios es Misericordioso y ama a todos.

“Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea un refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores”, le dijo Jesús a Santa Faustina.

“Las almas mueren a pesar de mi amarga Pasión. Les ofrezco la última tabla de salvación, es decir, la Fiesta de mi Misericordia. Si no adoran mi misericordia morirán para siempre”, le señaló Cristo a la santa en otra ocasión.

En este día los fieles pueden obtener indulgencias plenarias y con el fin de celebrar apropiadamente esta festividad, se recomienda rezar la Coronilla de la Divina Misericordia.

CORONILLA DE LA DIVINA MISERICORDIA

Usando una cuenta del Rosario empezamos con:
Padre Nuestro… Ave María… El Credo…

  • Al comenzar cada misterio decimos:

Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Tu Amadísimo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, para el perdón de nuestros pecados y los del mundo entero.

  • En cada cuenta pequeña decimos:

Por Su dolorosa Pasión ten misericordia de nosotros y del mundo entero.

  • Al finalizar las cinco misterio de la coronilla decimos:

Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal, ten piedad de nosotros y del mundo entero.

5 RAZONES PARA REZARLA

1. Jesús lo pide

Jesús se le apareció a la religiosa polaca santa María Faustina Kowalska    (1905-1938) y le pidió dar a conocer la misericordia divina a través de tres medios:

a) La imagen con la inscripción “Jesús, en Ti confío”.

Dijo Jesús: “Prometo que el alma que venere esta imagen no perecerá”.

b) La fiesta de la Divina Misericordia, el Segundo Domingo de la Misericordia (este año el 8 de abril).

Dijo Jesús: “Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores… El alma que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas.” (Ídem, #699).

c) La oración que Él le dictó: “Coronilla de la Divina Misericordia”.

2. Se obtienen gracias extraordinarias

Jesús dijo: “Oh, qué gracias más grandes concederé a las almas que recen esta Coronilla; las entrañas de Mi misericordia se enternecen por quienes rezan esta Coronilla” (Ídem #848).

Dijo: “Hasta el pecador más empedernido, si reza esta Coronilla una sola vez, recibirá la gracia de Mi misericordia infinita…deseo conceder gracias inimaginables a las almas que confían en Mi misericordia” (Ídem #687).

Prometió: “Defenderé como Mi gloria a cada alma que rece esta Coronilla en la hora de la muerte, o cuando los demás la recen junto al agonizante, quienes obtendrán el mismo perdón” (Ídem #811).

3. El Papa Francisco lo recomienda

El 23 de abril de 2017 el Papa Francisco presidió el Regina Coeli desde la ventana del estudio pontificio y recordó que la Divina Misericordia «es la piedra angular en la vida de la fe y la forma concreta con la que damos visibilidad a la resurrección de Jesús”. También dijo que es un instrumento contra la violencia y el rencor.

En el Segundo Domingo de Cuaresma de 2016, el Papa Francisco mandó repartir a los fieles en la Plaza de San Pedro “cajitas de Misericordia”, “medicina para el mundo de hoy” que contenían la imagen del Señor de la Divina Misericordia, la explicación de la Coronilla y un Rosario para rezarla.

En su Bula “Misericordie Vultus”, el Papa llama a Santa Faustina “grande apóstol de la misericordia” y pide su intercesión.

4. Es sumamente fácil rezarla.

Ya hemos expuesto como debe hacerse.

5. Sólo toma cinco minutos.

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SAN ISIDORO DE SEVILLA – 4 de Abril

PATRÓN DE INTERNET

San Isidoro de Sevilla (Murillo)   Gloria de la Iglesia católica, uno de sus grandes santos y doctores que plasmó su vasto saber en la gran obra Etimologías. Cuatro de sus hermanos, tres de los cuales fueron obispos como él, son santos. Es el patrón de Internet»

En su casa se respiraban aires de santidad. Tres de sus hermanos fueron obispos canonizados: Leandro, Fulgencio e Isidoro. Y también su hermana Florentina fue religiosa y santa. Isidoro probablemente nació en Cartagena, España, el año 560. Como perdió a sus padres siendo niño, su hermano Leandro asumió las funciones de educador y tutor suyo. Y a fe que consiguió que el pequeño recibiese tan esmerada educación que el acervo espiritual y cultural que se ocupó de proporcionarle le convertiría en uno de los grandes y santos doctores de la Iglesia. Y eso, que según la tradición, a Leandro costó entrarle en vereda, porque Isidoro no era un alumno ejemplar; faltaba o se escapaba de la escuela alguna vez. Lo que da idea de que cuando se cree en una persona, aunque sea díscola, y se mantiene un pulso inalterable en su educación, los frutos no se hacen esperar. Además, sobre Isidoro ya pendía claramente la voluntad divina que iba a encaminar sus pasos en la buena dirección para que se cumplieran en él sus designios. Y aunque se escabullía huyendo de su responsabilidad, un día cambiaron radicalmente las tornas. Sucedió todo de forma sencilla ante una circunstancia que nada tiene de particular, pero que fue de sumo provecho para él. Mientras vagabundeaba se acercó a un pozo para sacar agua y observó que el roce de las cuerdas había provocado hendiduras en la rígida piedra. Así comprendió el valor de la constancia y de la voluntad del hombre que quiebran cualquier contratiempo que se presente en la vida por complejo que parezca. Esta simple constatación de carácter pedagógico le llevó por nuevos derroteros. Con espíritu renovado se afanó en el estudio desde ese instante hasta el fin de sus días.

Es el último de los padres latinos. Se formó con las lecturas de textos de Marcial, san Agustín, Cicerón y san Gregorio Magno, con el que mantuvo gran amistad. Su obra cumbre, las Etimologías, es una summa que se convirtió por derecho propio en texto ineludible para los estudiosos hasta mediados del siglo XVI; en ella se aprendía todo lo concerniente a la ciencia antigua. No era fácil que un proyecto tan ambicioso le permitiera compartir la riqueza de su formación, como deseó, y quizá podría haber logrado acotando los temas. Es una carencia que se aprecia en este trabajo que, pese a todo, trasluce el rigor y fidelidad a la genuina tradición católica. En todo caso, su enciclopédica formación (es autor de innumerables tratados en los que se compendian temas que abarcan todo el saber humano) no ensombrecía su humildad y sencillez. Fue reconocido por su caridad con los pobres, a los que nunca faltaron sus limosnas. A nivel espiritual experimentó una gran lucha interior que le llevaba a negarse a sí mismo. Fue la tónica existencial que marcó prácticamente todo su acontecer. Seguramente ayudó a su hermano Leandro en la diócesis de Sevilla, de la que era prelado. Cuando murió, le sucedió en el cargo.

Sin descuidar la labor intelectual –continuó escribiendo obras filosóficas, lingüísticas e históricas– desempeñó su misión pastoral de manera intensa y fecunda. Era perfectamente consciente del alcance que tienen tanto la vida contemplativa como la activa. Al respecto hizo notar: «El siervo de Dios, imitando a Cristo, debe dedicarse a la contemplación, sin negarse a la vida activa. Comportarse de otra manera no sería justo. De hecho, así como hay que amar a Dios con la contemplación, también hay que amar al prójimo con la acción. Es imposible, por tanto, vivir sin una ni otra forma de vida, ni es posible amar si no se hace la experiencia tanto de una como de otra». Mostró especial preocupación por la formación espiritual e intelectual de los sacerdotes. Por eso fundó un colegio eclesiástico instruyéndoles personalmente.

Presidió dos concilios, el segundo de Sevilla en 619, y el cuarto de Toledo en 633. Muchos de los decretos se debieron a él, en particular el que indicaba que se estableciese un seminario en todas las diócesis. Sus treinta y siete años de episcopado fueron dedicados en gran medida a seguir los pasos de su hermano, intentando convertir a los visigodos del arrianismo al catolicismo. También emuló a Leandro en lo concerniente a la disciplina eclesiástica en los sínodos. Su organización recayó sobre ambos.

Se conoce el alcance de su oratoria gracias a san Ildefonso, que fue discípulo suyo: «la facilidad de palabra era tan admirable en san Isidoro, que las multitudes acudían de todas partes a escucharle y todos quedaban maravillados de su sabiduría y del gran bien que se obtenía al oír sus enseñanzas». Éstas superaron con creces a la mayoría de estudiosos y prolíficos autores de la historia. Escribió un diccionario de sinónimos, un tratado de astronomía y geografía, un resumen de la historia desde la creación, biografías de hombres ilustres, un libro sobre los valores del Antiguo y del Nuevo Testamento, un código de reglas monacales, varios tratados teológicos y eclesiásticos y la historia de los visigodos, de excepcional valor por ser la única fuente de información sobre los godos. También pertenece a su autoría una historia de los vándalos y de los suevos. Incluso completó el misal y breviario mozárabes que su hermano Leandro comenzó a adaptar de la antigua liturgia española.

Tuvo la magnífica visión de no dejar a España sepultada en la barbarie. Mientras el resto de Europa se desintegraba, la convirtió en un envidiado centro de cultura. Viéndose a punto de morir, pidió perdón por sus faltas, sentimiento que había hecho extensible a todos sus enemigos, y rogó que oraran por él. Dio todo lo que tenía a los pobres y el 4 de abril del año 636 entregó su alma a Dios. El concilio de Toledo lo denominó «gloria de la Iglesia católica». En 1063 sus restos fueron trasladados a León y allí reciben culto. Fue canonizado por Clemente VIII en 1598. El 25 de abril de 1722 Inocencio XIII lo proclamó doctor de la Iglesia. Añadir como anécdota que en 2001 fue elegido patrón de internet.

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MENSAJE PASCUAL DEL PAPA FRANCISCO

Queridos hermanos y hermanas, ¡Feliz Pascua! Jesús ha resucitado de entre los muertos.

Junto con el canto del aleluya, resuena en la Iglesia y en todo el mundo, este mensaje: Jesús es el Señor, el Padre lo ha resucitado y él vive para siempre en medio de nosotros.

Jesús mismo había preanunciado su muerte y resurrección con la imagen del grano de trigo. Decía: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24). Y esto es lo que ha sucedido: Jesús, el grano de trigo sembrado por Dios en los surcos de la tierra, murió víctima del pecado del mundo, permaneció dos días en el sepulcro; pero en su muerte estaba presente toda la potencia del amor de Dios, que se liberó y se manifestó el tercer día, y que hoy celebramos: la Pascua de Cristo Señor

Nosotros, cristianos, creemos y sabemos que la resurrección de Cristo es la verdadera esperanza del mundo, aquella que no defrauda. Es la fuerza del grano de trigo, del amor que se humilla y se da hasta el final, y que renueva realmente el mundo. También hoy esta fuerza produce fruto en los surcos de nuestra historia, marcada por tantas injusticias y violencias. Trae frutos de esperanza y dignidad donde hay miseria y exclusión, donde hay hambre y falta trabajo, a los prófugos y refugiados —tantas veces rechazados por la cultura actual del descarte—, a las víctimas del narcotráfico, de la trata de personas y de las distintas formas de esclavitud de nuestro tiempo.

Y, hoy, nosotros pedimos frutos de paz para el mundo entero, comenzando por la amada y martirizada Siria, cuya población está extenuada por una guerra que no tiene fin. Que la luz de Cristo resucitado ilumine en esta Pascua las conciencias de todos los responsables políticos y militares, para que se ponga fin inmediatamente al exterminio que se está llevando a cabo, se respete el derecho humanitario y se proceda a facilitar el acceso a las ayudas que estos hermanos y hermanas nuestros necesitan urgentemente, asegurando al mismo tiempo las condiciones adecuadas para el regreso de los desplazados.

Invocamos frutos de reconciliación para Tierra Santa, que en estos días también está siendo golpeada por conflictos abiertos que no respetan a los indefensos, para Yemen y para todo el Oriente Próximo, para que el diálogo y el respeto mutuo prevalezcan sobre las divisiones y la violencia. Que nuestros hermanos en Cristo, que sufren frecuentemente abusos y persecuciones, puedan ser testigos luminosos del Resucitado y de la victoria del bien sobre el mal.

Suplicamos en este día frutos de esperanza para cuantos anhelan una vida más digna, sobre todo en aquellas regiones del continente africano que sufren por el hambre, por conflictos endémicos y el terrorismo. Que la paz del Resucitado sane las heridas en Sudán del Sur: abra los corazones al diálogo y a la comprensión mutua. No olvidemos a las víctimas de ese conflicto, especialmente a los niños. Que nunca falte la solidaridad para las numerosas personas obligadas a abandonar sus tierras y privadas del mínimo necesario para vivir.

Imploramos frutos de diálogo para la península coreana, para que las conversaciones en curso promuevan la armonía y la pacificación de la región. Que los que tienen responsabilidades directas actúen con sabiduría y discernimiento para promover el bien del pueblo coreano y construir relaciones de confianza en el seno de la comunidad internacional.

Pedimos frutos de paz para Ucrania, para que se fortalezcan los pasos en favor de la concordia y se faciliten las iniciativas humanitarias que necesita la población.

Suplicamos frutos de consolación para el pueblo venezolano, el cual —como han escrito sus Pastores— vive en una especie de «tierra extranjera» en su propio país. Para que, por la fuerza de la resurrección del Señor Jesús, encuentre la vía justa, pacífica y humana para salir cuanto antes de la crisis política y humanitaria que lo oprime, y no falten la acogida y asistencia a cuantos entre sus hijos están obligados a abandonar su patria.

Traiga Cristo Resucitado frutos de vida nueva para los niños que, a causa de las guerras y el hambre, crecen sin esperanza, carentes de educación y de asistencia sanitaria; y también para los ancianos desechados por la cultura egoísta, que descarta a quien no es «productivo”

Invocamos frutos de sabiduría para los que en todo el mundo tienen responsabilidades políticas, para que respeten siempre la dignidad humana, se esfuercen con dedicación al servicio del bien común y garanticen el desarrollo y la seguridad a los propios ciudadanos.

Queridos hermanos y hermanas,

También a nosotros, como a las mujeres que acudieron al sepulcro, van dirigidas estas palabras: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado» (Lc 24,5-6). La muerte, la soledad y el miedo ya no son la última palabra. Hay una palabra que va más allá y que solo Dios puede pronunciar: es la palabra de la Resurrección (cf. Juan Pablo II, Palabras al término del Vía Crucis, 18 abril 2003). Ella, con la fuerza del amor de Dios, «ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos» (Pregón pascual).

¡Feliz Pascua a todos!

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LA RESURRECCIÓN EN EL ARTE

Por qué la Resurrección rara vez aparece en el arte cristiano

Explica Mons. Timothy Verdon, canónigo de la Catedral de Florencia, historiador de arte cristiano y director del Museo dell’Opera del Duomo (Museo de la Fundación Catedral).

El evento central de la fe cristiana es la Resurrección de Cristo de entre los muertos, celebrada con gran solemnidad cada año desde el comienzo de la historia cristiana en la fiesta litúrgica de la Pascua. Sin embargo, la Resurrección se representa con menos frecuencia en el arte cristiano que otros temas, como la Virgen y el Niño o la Crucifixión, y es natural preguntar por qué los artistas han sido reticentes a explorar este tema fundamental.

Una primera respuesta obvia es que, si bien todos pueden relacionarse fácilmente con imágenes de un bebé en brazos de su madre o representaciones del sufrimiento humano (ya que todos hemos sido bebés y todos hemos experimentado alguna medida de sufrimiento), la resurrección de los muertos es difícil de imaginar. De hecho, es lo más difícil que se les pide a los cristianos que crean, en contra de toda experiencia conocida.

Y la segunda respuesta, estrechamente relacionada con la primera, es que las Escrituras, que proporcionan la mayor parte de la información sobre la que se basa el arte cristiano, de ninguna manera describen la Resurrección, sino que simplemente la anuncian. El ángel que hizo rodar la piedra que sella la tumba dice a las mujeres que ungirán a Cristo: «Sé que estás buscando a Jesús, que fue crucificado. Él no está aquí, porque ha resucitado, como dijo que lo haría. Ven y mira el lugar donde yacía» (Mateo 28, 5-6).

Y así es como el arte antiguo describe el evento: mujeres junto a una tumba desde la cual un ángel hace su anuncio. Un soberbio relieve de marfil del siglo IV en el Bayerisches Nationalmuseum de Múnich agrega varios detalles de gran interés, representando, en lugar del sarcófago habitual, una estructura de mausoleo abovedada, destinada a evocar la cúpula de la iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén. Muestra guardias dormidos, como se describe en los Evangelios (Mateo 27: 65-66); y, en una colina que se levanta detrás del mausoleo, una figura de Cristo que asciende, su mano derecha firmemente agarrada por la mano de Dios Padre, emergiendo de las nubes.

El marfil de Múnich es realmente inusual por su riqueza de detalles, y durante toda la Edad Media la Resurrección normalmente se comunica en el arte solo por la tumba vacía, en la que se muestra un ángel hablando con tres «mujeres santas». Los artistas a veces agregan los «lienzos que yacen en el suelo» mencionados en el Evangelio de San Juan (20,6). Esta fórmula iconográfica surgió de un tropo dramático realizado en iglesias monásticas del siglo XI en adelante, la secuencia Quem Quaeritis , en la que el ángel preguntó a las mujeres: «¿A quién buscas?» ( Quem quaeritis ). En su respuesta – «Jesús de Nazaret, que fue crucificado» – el ángel anunció: «¡Él no está aquí, ha resucitado!». En el cual el ángel y las mujeres, junto con los monjes, cantaron «¡Aleluya!» Este pequeño drama se realizó en el altar, que sirvió para evocar el sepulcro.

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