«Usted “sigue sirviendo a la Iglesia” y no deja de contribuir con vigor y sabiduría a su crecimiento». Papa Francisco se dirigió con estas palabras a su predecesor Benedicto XVI en ocasión del 65 aniversario de su ordenación sacerdotal, que fue el 29 de junio de 1951, en la catedral de Frisinga. Joseph Ratzinger se convirtió en sacerdote junto con su hermano mayor Georg. Y en su saludo final Benedicto dijo a Francisco: «Espero que usted siga adelante por esta vía de la misericordia», y añadió: «su bondad es el lugar en el que habito y en el que me siento protegido».
La pequeña fiesta fue sobria, como quiso Ratzinger y como había anunciado el domingo 26 de junio el mismo Papa Francisco al dialogar con los periodistas durante el vuelo de regreso de Yerevan, desmintiendo la teoría según la cual existiría una especie de ministerio cetrino «compartido» y los Papas, en lugar de uno, serían dos.
Francisco abrazó a Benedicto en dos ocasiones. El coro de la Capilla Sitian interpretó el canto «in insigni die solemnitatis vestrae».
En su discurso, Francisco dijo a su predecesor: «En una de las tantas bellas páginas que Usted dedica al sacerdocio, subraya que, en la hora de la llamada definitiva de Simón, Jesús, mirándolo, en el fondo le pregunta sólo una cosa: “¿Me amas?”. ¡Qué bello y verdadero es esto! Porque está aquí, Usted nos dice, es en aquel “me amas” que el Señor funda el apacentar, porque sólo si existe el amor por el Señor Él puede apacentar a través de nosotros: “Señor, tú sabes todo, tú sabes que te amo”».
«Esta es la nota —continuó Papa Bergoglio— que domina una vida entera gastada en el servicio sacerdotal y de la teología que Usted, no casualmente, ha definido como “la búsqueda del amado”; es esto lo que Usted ha testimoniado siempre y testimonia aún hoy: que lo decisivo en nuestras jornadas – con sol o con lluvia – sólo aquella con la que viene todo lo demás, es que el Señor esté verdaderamente presente, que lo deseemos, que interiormente estemos cerca de Él, que lo amemos, que verdaderamente creamos profundamente en Él y creyendo lo amemos verdaderamente».
«Es este amar —subrayó Francisco— lo que verdaderamente nos colma el corazón, este creer es lo que nos hace caminar seguros y tranquilos sobre las aguas, también en medio de la tempestad, precisamente como sucedió a Pedro; este amar y este creer es lo que nos permite mirar hacia el futuro no con miedo o nostalgia, sino con alegría, incluso en los años ya avanzados de nuestra vida».
El Papa después habló sobre la situación en la que vive, como emérito después de haber renunciado al papado por motivos de edad, Benedicto XVI: «precisamente viviendo y testimoniando hoy de modo tan intenso y luminoso esta única cosa verdaderamente decisiva – tener la mirada y el corazón dirigido a Dios – Usted, Santidad, sigue sirviendo a la Iglesia, no deja de contribuir verdaderamente con vigor y sabiduría a su crecimiento; y lo hace desde aquel pequeño Monasterio Mater Ecclesiae en el Vaticano que se revela de ese modo algo muy diferente que uno de aquellos rincones olvidados en los cuales la cultura del descarte de hoy tiende a relegar a las personas cuando, con la edad, sus fuerzas decaen».
«Es todo lo contrario —continuó Bergoglio—; y esto ¡permite que lo diga con fuerza Su Sucesor que ha elegido llamarse Francisco! Porque el camino espiritual de San Francisco comenzó en San Damián, pero el verdadero lugar amado, el corazón pulsante de la Orden – allí donde la fundó y donde, en fin, entregó su vida a Dios – fue la Porciúncula, la “pequeña porción”, el rinconcito ante la Madre de la Iglesia; cerca de María que, por su fe tan firme y por vivir enteramente del amor y en el amor con el Señor, todas las generaciones llamarán bienaventurada. Del mismo modo, la Providencia ha querido que Usted, querido Hermano, llegara a un lugar por decirlo de alguna manera “propiamente franciscano”, del que brota una tranquilidad, una paz, una fuerza, una confianza, una madurez, una fe, una entrega y una fidelidad que me hacen tanto bien y me dan tanta fuerza a mí, y a toda la Iglesia. Y me permito, que también de Usted viene un sano y alegre sentido del humor».
Francisco concluyó su discurso con este deseo, dirigido a su predecesor y también a toda la Iglesia: «¡Que Usted, Santidad, siga sintiendo la mano de Dios misericordioso que lo sostiene, que experimente y testimonie el amor de Dios; que, con Pedro y Pablo, siga exultando con gran alegría mientras camina hacia la meta de la fe».
Después del Papa tomaron la palabra el cardenal Gerhard Ludwig Müller, Prefecto de la Congración para la Doctrina de la Fe, y el decano del colegio cardenalicio, el cardenal Angelo Sodano. Müller ofreció a Benedicto el libro «Die Liebe Gottes Lehren und Lernen – Enseñar y aprender el Amor de Dios»
Al final, Benedicto XVI se levantó y pronunció pocas lúcidas palabras: «Santo padre, queridos hermanos, hace 65 años un hermano mío ordenado conmigo aquel día en la imagencita de recuerdo además del nombre y de la fecha añadió una sola palabra: ‘Eucaristomen’, ¡gracias! Gracias a todos, gracias sobre todo a usted, por su bondad que me ha demostrado desde el momento de su elección, que me sorprende. Más que la belleza de los jardines vaticanos, su bondad es el lugar en el que habito y en el que me siento protegido. Espero que usted pueda seguir adelante por esta vía de la misericordia divina».
Al final, un tercer abrazo entre el Papa y el Papa emérito. Después, mientras el coro entonó el «Sicut cervus», los cardenales que estaban presentes saludaron primero a francisco y después a Benedicto.