EL AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA

IMG-20151122-WA0003 (2)El primer domingo de Adviento, el 30 de noviembre de 2014, comenzó en la Iglesia el año de la Vida Consagrada y terminará con la fiesta de la Presentación del señor el 2 de febrero 2016.

El Papa Francisco tuvo en cuenta los objetivos del tercer milenio que indicó san Juan Pablo II para toda la Iglesia: «Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir. Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros grandes cosas» (Vita Consecrata, 110) .

La Vida Consagrada es para muchos una desconocida y para algunos una forma de vida llamada a extinguirse.

«Donde hay religiosos hay alegría»

En la Carta Apostólica de convocatoria el Papa Francisco le proponía tres objetivos:

  1. Mirar el pasado con gratitud. Para dar gracias a Dios por los inicios de cada familia religiosa y los desarrollos de cada carísma. Para renovar la propia identidad, fortalecer la unidad y renovar la pertenencia.
  2. Vivir el presente con pasión. Examinando si el evangelio es vivido por los consagrados con radicalidad y sinceridad, y si sus obras y presencias responden con fidelidad a la misión confiada.
  3. Abrazar el futuro con esperanza. Teniendo a Dios como único valor, sabiendo que para él, a pesar de las dificultades, «nada es imposible» (Lc 1, 37).

Dichos objetivos los concretaba el Papa en una serie de expectativas, más concretas:

  • Mostrar la alegría por la propia vocación. Que atrae a otros muchos a esa forma de vivir.
  • Despertar al mundo. Siendo signo profético que denuncia todo intento de anestesiar los deseos más profundos y que mantienen vivas las utopías -del evangelio, del don, de la gratuidad-, generando espacios donde la utopía se pueda vivir.
  • El ser llamados a ser expertos en comunión.   Que allí donde hay un consagrado o una comunidad, se generen espacios de sinergia, de participación, de comunión, en torno al Señor que convoca. Comunión eclesial, expresión de la realidad vivida en cada comunidad religiosa.
  • El salir de sí mismo a las periferias existenciales. Mostrando el ser y la acción de una Iglesia samaritana que se preocupa de quien ha perdido toda esperanza, de quien tiene dificultades, pobreza, enfermedades…
  • El discernimiento por lo que Dios y el mundo piden hoy a la vida consagrada. Solo con la mirada atenta a las necesidades del mundo y siendo dócil a los caminos sugeridos por el Espíritu, la vida consagrada encontrará sentido en sí misma.

Sin duda los religiosos en su entrega al Señor «serán para los demás un signo tangible de la presencia del Reino de Dios, un anticipo del júbilo eterno del cielo»

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