Domingo XVIII del Tiempo Ordinario

La cosecha y los graneros

La codicia por los bienes de la tierra parece justificar muchos de los esfuerzos de los hombres. La lucha por conseguir un trabajo, los mil esfuerzos que nos cuesta, la preocupación de perderlo, la búsqueda de otro trabajo para hacer algunas horas suplementarias. Seguramente, todo eso nos resulta conocido.

El libro del Eclesiastés que hoy se lee comienza afirmando que todo en este mundo es vanidad, es decir, vaciedad (Ecl 1, 2). Pero añade una nota referida concretamente al trabajo. (Ecl 2, 21-23). Es una observación que ya debía de ser preocupante en su tiempo: “Hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto, y tiene que dejarle su porcion a uno que no ha trabajado”.

El centro de la cuestión no está aquí en el trabajo sino en esas palabras que evocan la muerte: “Tener que dejar” el fruto del propio trabajo. El Papa Francisco ha dicho con humor y realismo que, detrás de un coche fúnebre, nunca se ve un camión de mudanzas. Nadie se lleva sus tesoros más allá de la muerte.

La arrogancia

Además de referirse con frecuencia a la oración, el evangelio de Lucas se refiere en numerosas ocasiones al dinero, o mejor a los pobres y a los ricos. El texto que hoy se proclama en la Liturgia (Lc12, 13-21) podría dividirse en dos partes, centradas en el tema de la codicia.

En la primera, uno de los que escuchan a Jesús quiere implicarle en un asunto de herencias. Sus palabras se parece extrañamente a las de Marta. Tanto aquella como éste, pretenden que Jesús haga de árbitro en sus asuntos familiares: “Dí a mi hermana… Dí a mi hermano…” Antes como ahora, muchos quieren que Jesús les soluciones sus problemas.

En la seguna parte, se contiene la parábola del rico que ha recogido una abundante cosecha. Pero el contento por un logro nunca equivale a la alegría. Junto a la satisfacción por la cosecha surge el problema por los almacenes que el hombre rico ha de construir para conservarla.

El mensaje de la parábola subraya sobre todo la arrogancia de este hombre que pretende que el tener le garantice el ser. Como si la buena cosecha le concediera una larga vida. Como en el libro del Eclesiastés, la preocupación verdadera es la de la caducidad de la existencia.

La necedad

Es interesante ver cómo la parábola contrapone a la palabra del rico la palabra de Dios. El Rico espera disfrutar de su cosecha durante muchos años. Dios le anuncia que su vida ha llegado a su término.

  • “Necio, esta noche te van a exigir la vida”. En la Biblia el pecado es identificado con frecuencia como “necedad”. Si la sabiduría refleja la armonía del hombre con Dios, la necedad revela su autosuficiencia, es decir su pecado. Quien decide la vida no es el hombre sino Dios. Nadie puede aportar por el mañana.
  • “Lo que has acumulado ¿de quién será?”. Si la primera frase pone el rico frente a Dios, verdadero Señor de la vida, la segunda frase lo encara con las personas que lo rodean. Amigos o enemigos, ellos serán los herederos de los bienes del rico. Ninguna cosecha le pertenece para siempre. Siempre hay unos “otros” que heredarán nuestros bienes.
  • Padre de los cielos, con razón Jesús nos enseña a confiar en tu providencia. De ti proviene nuestro pan de cada día. Tú nos entregas los bienes para que reconozcamos tu generosidad y los compartamos con alegría. Que tu Palabra nos recuerde la honda verdad de nuestra vida y nos ayude a orientarla en humildad. Amén.
José-Román Flecha Andrés

ORACION

TU ERES MI RIQUEZA
Frente a otros bienes menos importante
Frente a los que intentan alejarme de Ti
Frente a lo puramente material

TU ERES MI RIQUEZA
Frente al egoísmo
Frente a lo práctico y al escaparate
Frente a lo efímero y pasajero

TU ERES MI RIQUEZA
Frente a los valores caducos
Frente a los que viven sin Ti
Frente a los que no piensan en Ti

TU ERES MI RIQUEZA
Frente a los que te venden por nada
Frente a la pobreza
Frente a la riqueza

TU ERES MI RIQUEZA

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