Hoy 16 de abril el Papa emérito Benedicto XVI cumple 86 años, y el día 19 se cumplirán 8 años de aquel momento en el que, desde la logia de las Bendiciones de la Basílica Vaticana, saludó así a la multitud apiñada en la plaza de San Pedro: «Después del gran Papa Juan Pablo II, los señores cardenales me han elegido a mí, un sencillo y humilde trabajador en la viña del Señor». Juan Pablo II había conseguido despertar a la cristiandad de su modorra. Benedicto XVI buscó, en sus casi ocho años de pontificado, enderezar la columna vertebral de la Iglesia, para que pudiera ofrecer, en toda su plenitud, el esplendor de la Verdad. La viña del Señor, a la que Benedicto XVI llegaba como sencillo y humilde trabajador, era una viña con alimañas devoradoras dentro. Su renuncia, su total confianza dejando el futuro en manos de la Providencia, vino a recordarnos a todos que el Papa, todo Papa, en realidad no es otra cosa que un Vicario: de Cristo. También el Papa Francisco se ha encargado de dejar bien sentado esto, desde el principio. Ha contribuido como pocos al esplendor de la Verdad: con textos, con doctrina, con palabras y con obras. En cada Ángelus, en cada audiencia y en cada homilía ha sido un lucidísimo y paciente pedagogo del Evangelio. Ha enseñado que la Fe no es otra cosa que la luz de la Razón. De ahí su esperanza, su alegría interior, su lucidez contagiosa. Sólo los torpes y los necios no han sabido apreciar tanta finura espiritual. Ha buscado, hasta agotarse, unidad, reconciliación, perdón… Escondido en Castelgandolfo o, dentro de poco, en lo que fue monasterio de contemplativas en el Vaticano, Benedicto XVI -es de estricta justicia recordarlo en estas fechas- se ha hecho acreedor a la más rendida gratitud de los hijos de la Iglesia.
Pido que lo tengamos presente en nuestras oraciones, él ha sido también crucificado con Cristo, también vendido por sus Judas y negado por muchos de los suyos, él como manso cordero ha sido la víctima expiatoria. Ojalá pueda contemplar la victoria sobre sus enemigos. Le deseo de todo corazón ¡Felicidades! y qué el Señor lo premie con la longevidad por ser su hijo amoroso y fiel.
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