«Yo soy la Inmaculada Concepción»

Lourdes era en 1858 una pequeña y casi desconocida aldea perdida del Pirineo francés. Hacía poco más de tres años que el Papa Pio IX había proclamado el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.El 11 de febrero se aparece la Santísima Virgen a Bernardita Soubirous, una adolescente (14 años) campesina del lugar, mientras estaba recogiendo leña con su hermana Toneta y su amiga Juana (aquel invierno estaba siendo muy riguroso y necesitan calentar la habitación de la antigua prisión en la que se alojaba con su familia, malviviendo a consecuencia de la ruina que padecían) y tuvo que quedarse sola junto a la gruta de Massabielle, por no arriesgarse a cruzar el rio Gave a pie, con temor a enfermar, pues era propensa a los resfriados.

Era la mayor de seis hermanos, una chica sencilla, sin apenas preparación ni cultura pues sus padres, sumamente pobres, no pudieron enviarla a hacer estudios especiales. Ese día allí en la soledad del campo oyó un ruido, miró pero los árboles no se movían, alzó entonces la cabeza hacia la gruta y vio a una mujer vestida de blanco, con un cinturón azul celeste y sobre cada uno de sus pies una rosa amarilla, del mismo color que las cuentas de su rosario, aquella Señora no le habló hasta la tercera vez. Al volver las otras jóvenes les contó la visión y les hizo prometer que no contarían nada, algo que incumplieron y ocasionó a Bernardita un insufrible calvario.

La “encantadora Señora” como ella la llamaba, se le apareció dieciocho veces, hasta la tercera no le habló y le dijo: “No te haré feliz en este mundo sino en el otro”, y se cumplió; en la sexta el 21 de febrero le pidió con rostro dolorido “Ruega a Dios por los pecadores”. Igualmente, varias veces, después: “Penitencia, penitencia”.

El 25 de febrero la dama le pide que beba agua de una fuente, como no había ninguna escarbó en la tierra y brotó un poco que al intentar beberla se llenó de barro y los presentes al verla se reían de ella creyéndola loca, entonces brotó el agua ante la admiración de todos; desde entonces no ha dejado de manar, este manantial milagroso de Lourdes, que tantísimas curaciones ha producido.

En la undécima, le encargó: “Vete a decir a los sacerdotes que hagan construir aquí una capilla”. Dos días más tarde: “Deseo que se venga aquí en procesión”. El 25 de marzo, cuenta Bernardita, “viéndola tan amable, le pregunté su nombre, me sonrió, se lo volví a preguntar, y volvió a sonreírse, insistí de nuevo, y me dijo, mientras levantaba los brazos y los ojos al cielo: Yo soy la Inmaculada Concepción”.

El 16 de julio, más hermosa que nunca, sonriendo con dulzura inefable, inclinó la cabeza en señal de despedida y desapareció. Pronto a aquel humilde paraje de Lourdes comienzan a peregrinar los enfermos del alma y del cuerpo, buscan a quien de verdad les puede sanar en lo más hondo de su ser.

Son millones los que peregrinan sin interrupción hasta nuestros días. Sí, el camino que lleva a la Virgen María en unión a la fe en Jesucristo, Redentor del hombre, sigue abierto para todos los que en el tercer milenio busquen sinceramente la verdadera salud. El Señor no deja de repetirnos: “Tu fe te ha salvado”.

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