Sin oración, no hay vocaciones

No se trata sólo de que los jóvenes que crean tener vocación recen más para poder discernir, sino de que todos los que formamos la comunidad cristiana oremos para que el Señor siga enviando obreros a su mies. Todo fiel, debería asumir conscientemente el compromiso de promover las vocaciones. Es importante alentar y sostener a los que muestran claros indicios a la llamada a la vida sacerdotal y a la consagración religiosa, para que sientan todo el calor de la comunidad al decir a Dios y a la Iglesia.

La propuesta que Jesús hace a quienes dice: ¡Sígueme! Es ardua y exultante: los invita a entrar en su amistad, a escuchar de cerca su Palabra y a vivir con Él; les enseña la entrega total a Dios y a la difusión de su Reino según la ley del Evangelio; los invita a salir de su propia voluntad, de su idea de autorrealización, para sumergirse en otra voluntad, la de Dios; les hace vivir una fraternidad, que nace de esta disponibilidad total a Dios.

Nos encontramos en la recta final a las puertas de un nuevo Pentecostés de los jóvenes del mundo en Madrid, que del 16 al 21 del cercano agosto celebran “La Jornada Mundial de la Juventud” con el Santo Padre Benedicto XVI, acompañado por obispos y presbíteros  provenientes de todas las diócesis del mundo, es “un acontecimiento de gracia” pues permite “visibilizar la Iglesia como pueblo de Dios y cuerpo de Cristo. También es el lugar de auténtico y gozoso encuentro con Jesucristo, nuestro Señor y Salvador, que llama a los jóvenes en su Iglesia para que sus vidas, muchas veces mustias y rotas, y, otras, frescas y vigorosas , se enraícen y edifiquen en Él, el único que puede ofrecerles y darles la verdad, la esperanza y el amor; el único que puede mostrarle la buena dirección y acompañarlos en el camino que les lleva a la auténtica y duradera felicidad: ¡más acá y más allá de la muerte!. Un encuentro que, en muchos casos, tiene como horizonte la entrega al señor como sacerdote o en la vida consagrada.

El papa busca y espera de los jóvenes esta hora de la Iglesia y del mundo un nuevo a su evangelio: un firme, valiente y transformador de sus vidas. Como lo hizo Juan Pablo II en la Memorable Eucaristía del Monte del Gozo en la IV JMJ, en Santiago de Compostela, el 20 de Agosto del año 1989, les dirá:

¡No tengáis miedo a ser santos!

¡Sed fieles a la vocación de ser apóstoles de vuestros compañeros, los jóvenes del mundo! ¡Ganadlos a todos para Cristo!

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