“LOS PINTORES DEL SULTÁN”

Un sultán reunió en su Palacio pintores de China y de Grecia. Todos presumían de ser los mejores. El sultán les pidió que pintaran unos grandes murales que estaban uno frente al otro.  Una cortina separaba los dos grupos de pintores. Los chinos estaban atareados utilizando, con gran esfuerzo, toda clase de pintura. Los griegos en cambio orientaron de otra manera su trabajo pulieron al máximo el muro que se les había asignado. Unos pintaban y otros pulían. Cuando se retiró la cortina, el gran fresco que habían pintado los primeros se reflejaba en el muro opuesto que relucía como un espejo. Todo lo que se podía admirar en la pintura de los chinos, se reflejaba con una belleza más intensa todavía en el muro de los griegos.

Moraleja: Una lectura superficial del cuento nos llevaría a proclamar ganadores los que pulían, por su picardia y por la belleza más intensa del mural, pero, bien mirado, sin los pintores de la otra pared no se habría logrado aquel maravilloso efecto óptico. La persona herida, la persona que se revuelca impotente en el barro de la contrariedad, necesita una persona – espejo que le devuelva la imagen original de su dignidad. Todos podemos ser ese espejo con la condición de quitarle el «polvo», pulirlo y orientarlo hacia el sol. Sin pulir, el espejo es un muro, sin la luz, el espejo es un estorbo. Desafortunadamente, encontramos muchas personas opacas, nada transparentes, «muros de hormigón». Te invito que estos días sean consagrados a pulir el espejo de tu vida y orientarlo hacia el sol, para que puedas ver la luz en Su Luz. ¡Ah! pero, que puliendo y puliendo, no nos olvidemos nunca de ser creativos como los «chinos» del cuento. Que cuando nos retire el cortinaje en el último día pueda aparecer, a todo color, el gran fresco que hemos ido trabajando artesanalmente a lo largo de la vida. ¡Buena cuaresma!                                                                                                             José Perich

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