Según la tradición, a Hispania, provincia del Imperio, es enviado Santiago el Mayor (Hijo del Trueno), uno de los hijos del Zebedeo, el hermano de Juan. De carácter fuerte, ambicioso, arrebatado, y predilecto del Señor. España, culturizada por Roma, se había enriquecido con un cruce de colonizaciones y civilizaciones. Lo que dio lugar a un enjambre de paganismo y de religiones, necesitadas de evangelio y difíciles para recibirlo. Santiago llegó hasta la desembocadura del río Ulla y aquí, lejos de Oriente, en el «finis terrae» y confín del «mare tenebrosum», donde acaba la tierra, sembró las primeras semillas de las que brotaron los siete varones apostólicos, todos ungidos obispos de las primeras comunidades cristianas de España.
A él le tocaba el tiempo de la siembra y del arado, del sudor y la zozobra, la angustia y el desamparo. María, la madre del Señor, compadecida de la soledad del Apóstol, vino en carne mortal a Zaragoza, la Cesaraugusta de nombre imperial, situada en la orilla del Ebro, a confortar su espíritu, según mantiene la vieja y arraigada tradición. A los que seguimos sembrando nos fortalece el pensar y ver que es verdad que el grano sembrado en tierra da mucho fruto, viendo la cosecha de la predicación del Apóstol, que parecía inútil.
En el año 44 regresó a Palestina, fue torturado y decapitado por Herodes Agripa, y se prohibió que fuese enterrado. Sin embargo sus discípulos, trasladaron su cuerpo hasta la orilla del mar, donde encontraron una barca preparada para navegar pero sin tripulación. Según el Codex Calixtinus del siglo XII, y la Leyenda Áurea del siglo XIII, los discípulos del santo transportaron su cuerpo por mar hasta Galicia, y lo depositaron cerca de la ciudad romana Iria Flavia. Otra tradición hace protagonistas a los monjes andaluces que, huyendo de la invasión musulmana, subieron llevando consigo los huesos de Santiago. Allí enterraron su cuerpo en un compostum o cementerio en el cercano bosque de Liberum Donum, donde levantaron un altar sobre el arca de mármol. Tras las persecuciones y prohibiciones de visitar el lugar, se olvidó la existencia del mismo, hasta que en el año 813 el eremita Pelayo observó resplandores y cánticos en el lugar. Este suceso propició llamar al lugar Campus Stellae, o Campo de la Estrella, de donde derivaría al actual nombre de Compostela. El eremita advirtió al obispo de Iria Flavia, Teodomiro, quien después de apartar la maleza descubrió los restos del apóstol identificados por la inscripción en la lápida. Informado el Rey Alfonso II del hallazgo, acudió al lugar y proclamó al apóstol Santiago Patrono del reino, edificando allí un oratorio que sería como la primera piedra para la posterior Catedral.
Los milagros y apariciones se repetirían en el lugar, dando lugar a historias y leyendas para infundir valor a los guerreros que luchaban contra los avances del Al-Andalus y a los peregrinos que poco a poco iban trazando el Camino de Santiago. Una de ellas narra cómo Ramiro I, en la batalla de Clavijo, venció a las tropas de Abderramán II ayudado por un jinete sobre un caballo blanco que luchaba a su lado y que resultó ser el Apóstol. A partir de entonces surgió el mito que lo convirtió en patrón de la reconquista. A partir del siglo XI Santiago ejerció una fuerte atracción sobre el cristianismo europeo y fue centro de peregrinación multitudinaria, al que acudieron reyes, príncipes y santos. Su sepulcro, se convirtió en lugar de peregrinación, para conseguir el perdón atravesando el Pórtico de la Gloria del maestro Mateo.
Allí nació Europa, y allí tiene sus raíces. A recobrar esas raíces de su evangelización convocó Juan Pablo II a Europa, en el año 1982: «Europa, se tú misma». Renovando esta invitación a la esperanza, también hoy lo ha repetido Benedicto XVI, con palabras parecidas a la de su antecesor: «vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces». A lo largo de los siglos has recibido el tesoro de la fe cristiana. Ésta fundamenta tu vida social sobre los principios tomados del Evangelio y su impronta se percibe en el arte, la literatura, el pensamiento y la cultura de tus naciones. Pero esta herencia no pertenece solamente al pasado; es un proyecto para el porvenir que se ha de transmitir a las generaciones futuras, puesto que es el cuño de la vida de las personas y los pueblos que han forjado juntos el Continente europeo. ¡No temas! El Evangelio no está contra ti, sino en tu favor. Lo confirma el hecho de que la inspiración cristiana puede transformar la integración política, cultural y económica en una convivencia en la cual todos los europeos se sientan en su propia casa y formen una familia de naciones, en la que otras regiones del mundo pueden inspirarse con provecho. ¡Ten confianza! En el Evangelio, que es Jesús, encontrarás la esperanza firme y duradera a la que aspiras. Es una esperanza fundada en la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte. Él ha querido que esta victoria sea para tu salvación y tu gozo. ¡Ten seguridad! ¡El Evangelio de la esperanza no defrauda! En las vicisitudes de tu historia de ayer y de hoy, es luz que ilumina y orienta tu camino; es fuerza que te sustenta en las pruebas; es profecía de un mundo nuevo; es indicación de un nuevo comienzo; es invitación a todos, creyentes o no, a trazar caminos siempre nuevos que desemboquen en la « Europa del espíritu », para convertirla en una verdadera « casa común » donde se viva con alegría.
El bendiga a España en estos momentos difíciles, que se pone bajo su protección y amparo, y nos de la paz, la fraternidad, el sosiego y el bienestar, que tanto ansía el pueblo español.