Hubo un tiempo en que, al igual que la lepra, lo pecados de los hombres no tenían curación y sólo un milagro de Dios podía limpiar al pecador. Muchos criticaban a Jesús por atribuirse el poder de perdonar los pecados. Pero hoy en día también contamos con un remedio a ese mal que azota nuestra sociedad, Cristo dejó este poder a la Iglesia que a través de sus sacerdotes dispensa el perdón de los pecados.
El problema es que hoy nadie se ve en la necesidad de acercarse a limpiar su interior para volver a entrar en el campamento que es la Iglesia, y deberíamos los que estamos dentro dar mayor importancia a este hecho.
La confesión como medicina contra nuestra debilidad, y como vacuna para fortalecer nuestra vida interior. Esta premisa de acondicionar lo más posible nuestro interior para recibir a Cristo, debe ser fundamental en nuestra vida, cuanto más abramos el corazón a Dios más fácilmente llegará a nosotros y la confesión es una manera de abrirse a Dios a través de un sacerdote.
Sería bueno que nos acostumbráramos a confesar a menudo, a limpiar nuestra alma, ello nos ayudaría también a cuidarla de no mancharla y regresar más pronto al Camino cuando nos distraemos.
No olvidemos que la gracia que se recibe en la confesión ayuda a asimilar mejor el misterio de cada una de nuestras Eucaristías.