En este adviento en el que nos estamos preparando para el nacimiento de Jesús, es lógico dedicarle un tiempo a la que va a ser su madre, la Virgen María, personaje importantísimo en este tiempo, no solo por su maternidad, sino por su condición de discípula. Este texto del evangelio es conocido por todos, seguro que lo hemos leído y escuchado más de una vez. Pero lo bonito de acercarse a la Palabra de Dios con sencillez es que siempre nos sorprende, porque nunca se agota. Dios siempre tiene algo que decirnos, aunque nos sepamos el texto de memoria.
La Virgen María está en su casa, atareada con sus cosas, y tiene una fuerte experiencia de Dios, que se comunica con ella a través de su Ángel. Dios entra en su vida cotidiana para comunicarse con ella y para quedarse a formar parte de su vida para siempre. La vocación, la llamada que recibe María, se concreta en que va a ser la Madre de Jesús. Y el Espíritu Santo estará con ella, como también está con nosotros, para darle la fuerza y las capacidades necesarias para llevar adelante esa vocación, ese plan que Dios tiene para ella. Pero para que esa maternidad se haga posible, María primero tiene que responder a esa llamada como discípula, es decir, tiene que dar un SI a Dios, en primer lugar, para que pueda concretarse en su maternidad, en segundo lugar. Y esa respuesta afirmativa se resume en una palabra: “HÁGASE”.
¿Qué es lo que tiene que “hacerse”? Lo que se ha de hacer es la Palabra de Dios. La Palabra se ha de hacer vida en María. María es discípula antes que madre porque escucha y acoge la Palabra de Dios y hace posible que se “haga”, que se cumpla: «hágase en mi según tu Palabra». Jesús, más tarde, ante los halagos hacia su madre contestará aquello de «dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen», porque eso es lo que define verdaderamente a su madre, que ha escuchado como discípula la Palabra, y la ha hecho vida en ella, convirtiéndose en la Madre de Dios.
Cada vez que escuchamos la Palabra de Dios, es Dios mismo quien nos habla al corazón, quien nos llama y nos invita a responder, quien nos pide que acojamos en nuestra vida su Palabra. Nosotros también somos discípulos, como ella, y María nos enseña a responder, a que también digamos, como ella, “hágase”, que se cumpla en mi vida tu Palabra. Y ya sabemos que la llamada de Dios y la Palabra de Dios encierran un proyecto de felicidad para las personas, para nosotros.
María es la mujer creyente que nos dice con su vida que el proyecto de Dios es posible hacerlo vida, que no hace falta ser súper-hombres o súper-mujeres para ser cristianos, para ser discípulos, sino simplemente confiar, tener fe, abrirnos a Dios y dejar que Él HAGA lo que tenga que hacer. Sabemos que eso no es fácil, porque tenemos nuestras resistencias. Pero María hoy nos sale al encuentro como modelo de discípula, como testimonio de vida. María es la discípula perfecta. Nosotros, a pesar de nuestras imperfecciones (que las tenemos, como hemos podido ver en la primera lectura del Génesis), también estamos llamados a responder como ella, como discípulos. Y Dios nos fortalece para que podamos hacerlo. San Pablo decía en la segunda lectura que Dios «nos ha bendecido en la persona de Cristo» con todos los bienes posibles para que podamos responder con generosidad a su llamada, que «nos eligió en la persona de Cristo» para ser como María, santos, irreprochables… por amor, y que «nos ha destinado en la persona de Cristo» a ser también hijos suyos, y a tener a María por Madre y Modelo de Discípula.
María, como discípula, paso también por el sufrimiento de ver a su hijo en la Cruz, de tener que enterrarlo como un malhechor. Pero también acogió con gozo, la primera, el anuncio de la resurrección y fue a compartirlo con los que ya eran también sus otros hijos, los apóstoles, la Iglesia. María se mantuvo unida a ellos, en la oración y en la fracción del pan. Y también permanece unida siempre a la Iglesia cuando celebramos la Eucaristía. Que María nos siga enseñando a responder en nuestra vida como discípulos de Jesús.
Artículo de P.J. Díaz