Nuestro Padre San Benito y sus comunidades de monjes, entregaron su vida sembrando por toda Europa el Reino de Dios, divulgando el evangelio. Ellos que consiguieron ser las fuertes raíces de tantos millones de cristianos de vida fecunda y santificada, que han sido y siguen siendo la Antorcha viva que alumbra a los cegados por los falsos ídolos, del ser, del tener y del poder. Ellos que junto a todos los miembros de la Barca del Pescador, sortearon las tempestades que sufrió Europa en el devenir de los siglos, ven atónitos el tsunami que destructor intenta arrasar hasta esas profundas raíces. Tanto es así que el Sumo Pontífice Benedicto XVI ha dado la voz de alarma, los cristianos dormidos por los vientos placenteros de las políticas del bienestar, donde los estados se han erigido en Padres Supremos y cada vez más aprueban leyes que atentan contra las libertades religiosas de sus ciudadanos.
Benedicto XVI en su análisis de la situación de Occidente denunció que se considera la religión «un factor sin importancia, extraño a la sociedad moderna o incluso desestabilizador, y se busca por diversos medios impedir su influencia en la vida social».
Como resultado de esta tendencia, algunos profesionales, como los médicos y abogados, se ven obligados a desempeñar su actividad laboral dejando a un lado «sus convicciones religiosas o morales», debido a las leyes que «limitan» su derecho «a la objeción de conciencia».
Esta ambición por sacar a la religión de todo espacio público tiene su representación en la campaña para desterrar el crucifijo de las aulas de los colegios.
En una firme defensa del lugar que la Iglesia ocupa en el mundo, Benedicto XVI afirmó que: «la religión no constituye un problema para la sociedad» y que «no es un factor de perturbación o de conflicto». «Quisiera repetir que la Iglesia no busca privilegios, ni quiere intervenir en cuestiones extrañas a su misión, sino simplemente cumplirla con libertad», afirmó. El Papa lanzó a todo el mundo la siguiente cuestión: «¿Cómo negar la aportación de las grandes religiones del mundo al desarrollo de la civilización?».
El Pontífice recordó también que la libertad religiosa supone también la garantía de que «las comunidades religiosas puedan trabajar libremente en la sociedad, con iniciativas en el ámbito social, caritativo o educativo». Esta labor, que consideró verificable «por todo el mundo», está amenazada por algunas leyes educativas que, «amenazan con crear una especie de monopolio escolástico estatal». En muchos países de Europa, afirmó el Pontífice, «la relación entre el Estado y la religión está afrontando una tensión particular».
«Por una parte las autoridades políticas se cuidan de no conceder espacios públicos a las religiones, entendiéndolas como ideas de fe meramente individuales de los ciudadanos. Por la otra, se busca aplicar los criterios de una opinión pública secular a las comunidades religiosas».
«Parece que se quiera adaptar el Evangelio a la cultura y, sin embargo, se busca impedir, de un modo casi vergonzante, que la cultura sea plasmada por la dimensión religiosa», lamentó.
En este sentido, quiso reconocer «la actitud de algunos Estados de la Europa Central y Oriental, que, buscan dar espacios a las cuestiones fundamentales del hombre, la fe en Dios y la fe en la salvación por medio de Dios».
La Santa Sede, añadió, «ha podido observar con satisfacción algunas actividades del gobierno austriaco en este sentido», entre ellas la importante posición asumida con relación a la llamada sentencia del crucifijo, o la propuesta del ministro de asuntos exteriores de que se elabore un informe sobre la situación de la libertad religiosa en el mundo.
Afirma también el Papa Benedicto XVI: «La edificación de la casa común europea puede llegar a buen puerto sólo si este continente es consciente de sus propias raíces cristianas y si los valores del Evangelio además de la imagen cristiana del hombre son, también en el futuro, el fermento de la civilización europea».
El Papa se ha referido a España por la controversia que ha provocado la imposición en las aulas de los manuales de educación sexual y cívica con la asignatura de Educación para la Ciudadanía. El Pontífice afirmó que la imposición a los alumnos de cursos de educación sexual o cívica puede suponer una «amenaza a la libertad religiosa de las familias», cuando «transmiten una concepción de la persona y de la vida pretendidamente neutra, pero en realidad reflejan una antropología contraria a la fe y a la justa razón».
La fe vivida en Cristo y el amor activo por el prójimo, reflejando la palabra y la vida de Cristo y el ejemplo de los santos, deben pesar más en la cultura occidental cristiana.