El Códice Calixtino ya en el siglo XII definió al burgo de Sahagún como «abundante en toda clase de felicidad» y que es válido para el día de hoy. Su nombre proviene de la descomposición de San Facundo. De origen hispano-romano creció junto a la ermita de los hermanos mártires Facundo y primitivo, degollados y arrojados al rio Cea. La literatura carolingia mitificó el lugar divulgándolo con sus romances.
La historia lo encumbra gracias al mimo que le tienen Fernando I y Alfonso VI, este trajo aquí a los monjes cluniacenses y con ellos todas las reformas que configuraron la vida medieval. Hasta el siglo XVI su abadía benedictina es la más célebre de España, a ella pertenecieron hombres eminentes: fray Bernardino de Sahagún y fray Pedro Ponce de León.
Confluyeron en esta villa personas de diferentes nacionalidades y oficios, lo que contribuyo a su engrandecimiento.
El peregrino al cruzar el rio Valderaduey siente gran regocijo ante la pradera y chopera de la ermita de la Virgen del Puente. Sahagún es villa hortelana y laboriosa, de gentes hospitalarias con un corazón tan grande como la inmensidad de sus tierras de labrantío, es enriquecedor el intimar con ellas, por lo que la prisa no aconseja agobios.
Sahagún en el pasado contó con buen número de templos entre ellos el dedicado al Apóstol Santiago, de insigne devoción, centralizada en la actual parroquia de San Lorenzo.
Antes de abandonar la población y si no hemos pernoctado en la hospedería del Monasterio de Santa Cruz de las Rvdas. Madres Benedictinas, debemos visitar dicho monasterio por la grandiosidad artística que posee, tanto en su construcción como en las obras de su museo, así como poder degustar la repostería típica de la comarca.
El peregrino evocará esta etapa de su camino con nostalgia y sin duda anidará el ansiado regreso a esta tierra noble y acogedora.