¡Aleluya, Jesús ha resucitado, aleluya!
«Quienes celebramos la resurrección de Jesucristo, seamos renovados por su Espíritu para resucitar en el reino de la luz y de la vida»
El “Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor” «Domingo de domingos» es el día más grande, más santo, más alegre de todo el Calendario de la fe. Hemos revivido el acontecimiento central de nuestra “Redención”, reorientándonos hacia el núcleo esencial de la fe cristiana: La pasión y muerte en la cruz, la oscura soledad del sepulcro y el esplendor radiante de Jesucristo Resucitado.
“Triduo Pascual” que han constituido el corazón y el fulcro de todo el año litúrgico, así como de la vida de la Iglesia. Por su repetición ritual de año en año, puede suponer un cierto desgaste anímico, que aminore nuestra participación en el paso litúrgico de los tres días, por ello, la Iglesia los ha ritualizado en el culto, no para que se desgasten, sino al contrario, para que revivan en nosotros, se actualicen continuamente y potencien las energías en los cristianos de todos los tiempos. La cruz es siempre la cruz, la resurrección lo sigue siendo también. Sólo que la primera, por dura y pesada que resulte, tiene sus días contados; en tanto que la resurrección y la vida gloriosa son eternas e irreversibles.
La teología bíblica habla de dos géneros de muerte y de resurrección, el del pecado y la gracia, y el del cuerpo mortal y su glorificación ultra terrena. Todos morimos y resucitamos cada día, dejando el lastre del hombre viejo y «revistiéndonos del nuevo, creado según Dios en la justicia y la santidad de la verdad» —en expresión de San Pablo— que también nos dice: «Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo resucitado, sentado a la derecha del Padre.
La resurrección es un dogma. La espiritualidad de resurrección tiene infinitas aplicaciones en el mundo actual, iluminando todos los recovecos de la vida corriente. «Quienes celebramos la resurrección de Jesucristo, seamos renovados por su Espíritu para resucitar en el reino de la luz y de la vida».
Jesucristo vive, realmente vive y, como Dios, está en todas partes; mas como Hombre está en el Cielo y en la Sagrada Eucaristía. Jesucristo vive, y también vive la Iglesia, y como Jesucristo vive eternamente, también eternamente vive la Iglesia a pesar de las persecuciones y dificultades. Hay en ella un Corazón que siempre late, y ese Corazón es el mismo de su Divino Salvador.
«La verdadera Pascua, que la sangre de Cristo ha recubierto de gloria, la Pascua en la que la Iglesia celebra la fiesta que constituye el origen de todas las fiestas» (Benedicto XVI).
El Tiempo Pascual
El tiempo Pascual abarca siete semanas de fiesta, desde el domingo de Pascua hasta el de Pentecostés, que en griego significa “cincuentena”. Estos cincuenta días los celebramos con alegría como un único día festivo, como un gran domingo continuado. Es el tiempo más importante del año cristiano. Dentro de esta cincuentena, tiene particular personalidad la primera semana, la «Octava de Pascua»; la fiesta de la Ascensión y el octavo domingo, la fiesta de Pentecostés.
La fecha de la Pascua es variable. Se celebra el domingo siguiente al plenilunio (luna llena) después del 21 de marzo (día del “equinoccio” de primavera, o sea, cuando la noche y el día son igual de largos). De ahí que vaya variando cada año la fecha de Pascua, y la de las otras fiestas que dependen de ella, como la Ascensión, Pentecostés o el Corpus.
En los primeros siglos, los fieles comulgaban con frecuencia y aun diariamente; pero habiéndose relajado este primitivo fervor, la Iglesia tuvo que mandar a los cristianos que comulguen, por lo menos, en el tiempo de Pascua.
La palabra “Aleluya”
La palabra “Aleluya” viene del hebreo “hallelu-Yah”, “alabad a Yahvé, alabad a Dios”. Es una aclamación de los judíos, ya anterior al tiempo de Jesús, y ahora compartida también por los cristianos. “Aleluya” se ha convertido en sinónimo de «¡alegría, júbilo o entusiasmo!». E n la Noche Santa de Pascua la Iglesia irrumpe con el cántico de Gloria y de Aleluya porque el Señor, «al tercer día, resucitó, acabada la fatiga, muerta la muerte» (San Agustín).
Lo cantamos en las Eucaristías más festivas, como aclamación antes del evangelio. Y sobre todo, en la cincuentena pascual, empezando por el solemne aleluya que se entona en la Vigilia Pascual, después de su silencio durante la cuaresma.